Soy
Laurel de Honor
(Artículo publicado el domingo, 20 de noviembre, en diarios de EPI PRESS)
Verán, soy
Laurel de Honor al Mejor Cronista de Televisión. Escribo todas las palabras con
mayúscula para darle más empaque a la mentira. Todo empezó hace unas fechas. Y
como suelen ser algunas cosas, de la forma más inesperada, tonta e imprevisible
que se pueda imaginar. Una mañana encuentro en mi cuenta de Twitter el mensaje
de un lector diciéndome, textual, “Confirmado. Acabas de obtener el laurel de
Honor al mejor cronista de televisión. Enhorabuena”. Me lo escribió Juan Guillamón, diputado del PP en la
Asamblea Regional de Murcia. Se ve que en un arrebato de lector agradecido, ese
tipo de reacciones que tenernos cuando nos ha gustado algo, Juan decidió
dirigirse a mí para dejar constancia de ese momento. A mí me pareció divertido
y sin más, copiando el mensaje, me fui con el reciente “premio” a mi muro de
Facebook donde subo artículos para mi blog. Así da gusto empezar el día,
escribí. Y coloqué el tuit de Guillamón tal como él me lo envió. Para mí estaba
claro que se entendería el guiño. Cerré el ordenador y me olvidé del asunto.
Hasta que en grupos de Whatsapp, ya en las primeras horas de la noche, empiezan
a felicitarme, incluso algunas primas van dejando claro su orgullo por “tener
un primo tan famoso”. Casi al mismo tiempo, con los ojos como cacerolas, suena
el timbre de casa. Me asomo a la terraza, y desde abajo vuelven a felicitarme
“por el premio”. Me explican que es algo de la tele, y ahora sí, acabo de caer.
Ya sé de qué se trata. Corro al ordenador y, en efecto, un montón de contactos
me dan la enhorabuena. Me resulta todo tan tierno, tan bonito, tan emocionante,
pero montado sobre una falacia, que no sé qué hacer. Decido escribir una
entrada explicando la confusión, dejando claro que no he recibido más premio
que el de un lector que acaba de leer el Maldeojos del domingo y expresa su
satisfacción con un mensaje cachondo en el que me nombra nada menos que Laurel
de Honor al mejor cronista de televisión. Me tranquiliza saber que se ha
deshecho el entuerto. Ja.
García Márquez
Esa explicación
provoca un torrente aún mayor de apoyos. Prefiero callar las cosas que me dicen
algunas personas porque me ruborizan. Está claro, resumo, que si no existe el
Laurel de Honor al mejor cronista de televisión hay que crearlo, y me lo tienen
que dar. El delirio es una bola de nieve que va rodando y haciéndose tan grande
que salta, como anécdota, a una sección de La Opinión de Murcia, que se hace
eco de la historia. Que a día de hoy, y a pesar de las explicaciones, todavía
tiene vida. Cuento todo esto, con todo lujo de detalles, y me he convertido en
protagonista de esta columna, para que el lector tenga todos los datos. Hasta
aquí lo que ha dado de sí la ingenuidad de contar algo en internet, en las
redes sociales, y no prever sus consecuencias. Hecho que, pasados los primeros
momentos de sorpresa, me condujo a una reflexión más inquietante. ¿Cuántos
bulos, bolas, mentiras, ideas, mensajes, y maldades se cocinan a conciencia
desde eso que se llama el poder, o los partidos, o cualquier gilipollas al que
se le ocurra inventarse lo que le venga en gana? Da miedo pensarlo. Todavía hay
gente que sigue dando por verdadera cualquier cosa que venga de la pantalla. Hoy
por hoy, de la que sea, de la que tenga a mano, ordenador, tableta, o móvil. Internet
es un nido de mentiras, un territorio donde la primera víctima es la verdad.
Hay todavía gente que de vez en cuando sube a la Red la “carta de despedida de García Márquez”, y gente que, como
loca, le da al “me gusta”. Semejante patraña, un texto que jamás podría haber
escrito el maestro, no sólo es algo ajeno al mundo de un escritor que construyó
geografías únicas con un lenguaje y sintaxis prodigiosas sino que es un texto
mal escrito que cuando el Nobel leyó sólo acertó a decir, “lo que me puede
matar es que alguien crea que escribí algo tan cursi”.
El Maldeojos
La verdad es tan
flaca como el descaro con el que se manipula y pisotea. Insisto, el vago
territorio de internet, tan poderoso, con sus redes sociales echando
espumarajos cada segundo, abonado por perfiles reales o inventados que se
agazapan en la oscuridad y se envalentonan porque nadie va a pedir
explicaciones, es una huerta idónea para la insidia y la mentira. Contra eso,
la apuesta sin descanso por la credibilidad. Decía hace poco el periodista Iñaki Gabilondo, en una visita a El intermedio, que no es de ningún
partido, por más que le duela, y mucho, la situación del PSOE. Yo no soy de
ninguna cadena, de ninguna tele, por más que me duela, y me duele como
ciudadano y como comentarista, la situación de TVE, y por más que tenga mis
cadenas preferidas. Lo digo porque, igual que hoy huyo de los informativos de
Telecinco, a los que Pedro Piqueras
ha llevado a cotas de basura tan abultada como la audiencia que tienen, hubo un
tiempo, dirigidos por Juan Pedro
Valentín, con nombres como Ángels Barceló, Juan Ramón Lucas, o Monserrat
Domínguez, que eran la salvación informativa, el oasis de la dignidad
frente al fango y el descaro de Antena 3 y TVE, entregadas como zorritas al
Gobierno de Aznar, incluyendo a Alfredo Urdaci, acusado, con sentencia
firme, de manipulador. La misma cadena, Telecinco, que tuvo aquella época de
esplendor informativo, está hoy entregada a un “periodismo” fatuo y de mero
entretenimiento. En esta columna jamás, salvo pequeñeces, he recibido la
llamada de mis directores para decirme que por ahí no. Jamás. He escrito con
tino o no, pero lo que me ha salido de la flor, y así desde que a Ramón Ferrando, mi primer director –en
2018 hará 30 años- se le ocurriera pedirme una columnita comentando un programa
de la tele. Gustó, y me pidió continuidad y nombre. Llamé a la cosa Maldeojos
–todo junto, correctores, todo junto-. Y hasta hoy. Por cierto, mi familia me
hizo una entrega sorpresa encasquetándome la otra noche una corona de laurel
entre risas de hermanos, primos, sobrinos y chiquillería. Y hay fotos,
créanselo. No miento. Soy Laurel de Honor. Por ustedes, queridas, queridos
lectores.
(Las fotos no engañan...)
La guinda
Al metro
En nuestra hambre y en
nuestra dignidad mandamos nosotros. Lo dice Carlos Olalla –La embajada,
El Príncipe, Cuéntame-, que junto a su madre, la escritora Cristina Maristany, 83 años, han bajado al metro para recitar
poemas, pero porque no llegan a fin de mes. Vamos, que ponen la mano. No me
asusta nada ser pobre, dice la madre. Cristina, cuidado, algunos pobres incluso
arden en sus casas.
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