Vida
de colibrí
(Artículo publicado el jueves, 11 de octubre, en diarios de EPI)
De noche pasan de 400 pulsaciones por minuto a menos de 40,
letargo que les permite sobrevivir ese tiempo sin comer, una necesidad que les
apremia cada 15 minutos, hecho acojonante porque la vida del colibrí es una
vida al límite que sólo supera gracias a una forma física envidiable. Si los
humanos tuviéramos que comer cada 15 minutos, y esos humanos fueran españoles,
y esos españoles estuvieran gobernados por Rajoy,
con ojos para la banca pero puñales para el miserable, ni con envidiable forma
física saldríamos de esta. El cuerpo del colibrí es una formidable y diminuta
máquina voladora. Más de 80 veces por segundo, insisto, por segundo, mueve sus
alitas. Nuestros ojos no están preparados para desglosar ese aleteo y sólo ven
su efecto, es decir, al pajarillo detenido en el aire batiendo unas alas que
intuimos en movimiento por su zumbido.
Su técnica, perfeccionada durante millones de años, codo a codo
con las plantas de las que liban su néctar, hace que se queden casi inmóviles
ante esas pozas dulces a las que llegan sus picos, unos largos, otros muy
largos, otros curvos, cada uno adaptado a la flor de la planta que liban, que a
su vez se fue adaptando a esos picos de forma que su polen se propagara en las
mejores condiciones. Veo este sensacional juego a muerte de la vida gracias a
las imágenes tomadas por sofisticadas cámaras de grabación lentísima cuyo
resultado es de una belleza jamás vista en estas aves. La danza ritual del
macho frente a la hembra exhibiendo su potencia de vuelo con sus alas
desplegadas detenidas en el aire es tan bella como dura. Los Grandes Documentales de La 2 siguen
sorprendiendo.
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