El viaje II
Artista invitado para la ilustración, Antonio Pérez Martínez
El
autobús enfiló la autovía cuando al muchacho aún le quedaban unas horas de
trabajo. Su rabo aún seguía tieso como la primera vez, cuando se levantó del
asiento con la polla fuera del chándal buscando el coño de la blanca,
despatarrada en los últimos asientos del vehículo. La monja se remangó el
hábito y ofreció su carne intacta rogándole al dios negro que ni acabara dentro
lo que tuviera que hacerle ni le manchara los faldones para no tener que dar
explicaciones a las hermanas, resabiadas y lagartas que te ponen a mal parir en
las horas de asueto dando vueltas al claustro, dijo la sor al muchacho, que
asintió diciendo sí con la cabeza y preparando la polla para colársela por
donde quisiera. Por el culo, hermana, por el culo, le aconsejaba una estiradísima
viajera, que le dio la vuelta a la monja, le subió el hábito al lomo, le pringó
con un dedo ensalivado el ojete, y apartando la mano del negro se hizo con la
tranca acercándola al diminuto agujerillo de la carmelita con magisterio de
mamporrera curtida en establos de mucho trasiego. Adelante, que aún te quedan
unos cuantos viajeros, ordenó la señora. Aquello se coló entero para asombro de
los espectadores, que esperaban tensos el grito desgarrado de la religiosa.
Nada. Sólo unos tibios gemidos de divino placer que acabaron con la monja
vuelta hacia el chico para que por amor de dios no intentara salirse. Pero el
tiempo corría, y había que abreviar. Se acabó, hija, se acabó, que quedan
viajeros esperando, cortó en seco la mamporrera haciéndose de nuevo con el
todopoderoso, que estaba a punto de caramelo y fue colocado en una de las bocas
que esperaban con ansia su turno. Con la última corrida, el muchacho lo tenía
claro. Sí, esto es el paraíso, ha merecido la pena cruzar países, desiertos,
pasar fatigas, jugarme la vida en el mar, pero aquí estoy, follándome como un
negro a estos blancos tan simpáticos. Al llegar al destino, el policía se llevó
al joven en un furgón por no tener documentos en regla. Los viajeros bajaron
del autobús buscando sus maletas, desapareciendo como sombras entre el gentío
sin mirar atrás. Rendido, el negro se quedó dormido junto al policía, que notó
cómo al chico se le abultaba el chándal y asomaba por la cintura la cabeza de
un pájaro de carbón que empezaba a volar, pero no estaba dispuesto a que se
escapara…
El viaje II, de Antonio Pérez Martínez |
ANTONIO PÉREZ MARTÍNEZ
Loja, Granada
Fotógrafo.
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