Paquita Salas
(Artículo publicado el martes, 17 de julio, en diarios del grupo EPI PRESS)
No existe, pero
Paquita Salas es reconocible, como si siempre hubiera estado ahí, como si Brays Efe, el actor que da vida a esta
disparatada representante de artistas que bebe Larios con tónica acompañada con
torreznos, llevara el alma de esta trasnochada mujer incrustada en su papada.
Hay que recordar que los papás de la criatura, los afamados Javis, Javier Ambrossi y Javier Calvo, crearon a Paquita Salas fijándose en el espejo de
otra mujer trasnochada capaz de aguantar su puesto en los platós sea como sea,
y que se crece con sus propias miserias, narradas a lágrima pelada, es decir,
se fijaron en la apariencia de Terelu
Campos para ponerle cuerpo, peinado, cara y casi maneras a PS Management. De
hecho, en el capítulo final de la extraordinaria segunda temporada de Paquita Salas, que ahora se puede ver
enterita en Netflix, que la ha producido con un despliegue de medios que
revierte en la calidad del producto, se cierra con un homenaje a la hija de la
Campos.
Recuerdo hace un
par años el estreno en los cines Callao de Madrid de un capítulo de Paquita Salas, estreno que organizó la
plataforma Flooxer, de Atresmedia, y la rápida fascinación que me produjo el
personaje, como casi todos los antihéroes, los que luchan a contracorriente,
los que ven que se les cae el mundo a sus pies, que no entienden el presente,
pero se emperran en seguir usando sus métodos de una forma tan tozuda como
patética y vivaracha. La segunda temporada de Paquita Salas es un homenaje sin fin a la tele de la década de los
ochenta y noventa del siglo pasado, y por ella pasan desde Lidia San José a Andrés
Pajares o la mismísima Ana Obregón
de A las once en casa, donde aparecía
la propia Lidia. Si pueden, vean Paquita
Salas. Se lo pasarán bien.
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