Fatua
intensidad
(Artículo publicado el domingo, 4 de junio, en diarios de EPI PRESS)
Eres más intensa que la voz de
Gloria Serra. Bueno, la voz y el
gesto de Gloria Serra. Es la presentadora de Equipo de investigación, en La Sexta. Es la Jesús Hermida de nuestros días, para explicarme mejor, aunque sin
cabeceo. Don Jesús parecía cuando hablaba un descoyuntado Salvador Sobral, el portugués de Eurovisión. ¿Recuerdan al
periodista dando cabezazos como si de golpe los músculos del cuello entraran en
huelga y zas, cabeza a la rodilla, como inane, y vuelta a empezar? Pues Gloria
Serra no es así. Ella es más de cuello tieso pero de mano voladora,
explicativa, pedagógica, ese tipo de personas que hablan con las manos para
acotar, poniéndolas en paralelo, el tamaño de las cosas, como si trasladaran
cajas imaginarias de un sitio a otro. Ella mira a cámara, se concentra en su
monólogo, camina hacia el objetivo, es decir, hacia a ti, y para reafirmar lo
que dice levanta las manos, las pone en paralelo, las mueve arriba y abajo, y
suelta uno de sus requiebros de voz. También puede apuntarte con el dedo para
señalar, como la última vez que la vi, la historia de La presidenta, de Francisca Pérez, una capo de la
marihuana en Marbella. Gloria Serra no habla, parece que canta. Qué mujer.
Dicho esto, me descoyunto de rabia al ver en la televisión pública la fatua
intensidad de Javier Cárdenas,
insoportable de veras. Igual que Hora
punta, que se jacta de hacer buenos datos de audiencia pero, oh, una vez
más, como lo hace la truculenta TVE, con malabarismos, con números de mago
farsante. Cuando Hora punta hace
buenos datos de audiencia lo hace con picos que suben minutos antes del
programa con tirón que vaya después, por ejemplo, Cuéntame. Los días que La 1 tiene programa potente, Hora punta dura más de lo normal para
que la gente que espera verlo se vaya sumando y así contabilizarla. Pero el
resto de días, por mucha fatuidad, engolamiento y huera intensidad que le eche
Cárdenas, pura basura, La 1 y el pimpollo se comen los mocos.
Fantoches
Como hacía tiempo que no
aparecía arengando a las tropas, a nuestro ejército, ni salía con traje de
camuflaje, la memoria es ingrata y empezó a desdibujarla. Pero hete aquí que el
otro día, por no sé qué motivo de partido, la vi en su esplendor. Nunca falla.
La señora Mariloli Cospedal ocupa un
lugar de privilegio entre las lumbreras de intensa fatuidad en cuanto abre su
boquita y se desparrama en su hueca verborrea traicionada por sus dientecillos
de vampira mala capaz de chuparte la sangre, y la vida entera. Y la compostura.
Me pasa con ella igual que con un fantoche llamado Álex Gibaja. Cuento la cosa y ustedes, si quieren, averiguan quién
es el nota este. De la órbita Mediaset. Lo veo, con mis ojos de empezar a dar
crédito a cualquier cosa, en Dani&Flo,
que sigue desangrándose como si La Generala Cospedal le hubiera hincado el
diente al orondo Florentino Fernández
y al zangón Dani Martínez, bobalicón
y sin gracia. El tal Álex va de invitado al programa vespertino de Cuatro
logrando el milagro de milagros. Es tan necio, tan absurdo, es un muñeco tan patético
y tan ridículo, tan innecesario, repelente y cargante, que hace bueno y grande
y natural y fresco y listo y sensato y admirable a, por dios por dios, Josie, el José Fernández de toda la vida de su pueblo manchego, ese que habla
de rasé y cosas más gordas. Por cierto, rasé, qué coño es rasé. Casi prefiero
no saberlo, igual que vivía feliz sin saber lo que era una choni y ahora que lo
sé las veo por todas partes. Y en verdad en verdad os digo que es un castigo.
Bien. Pues el Álex Gibaja este da consejos de moda en Dani&Flo. Sólo hay que ver el
esperpento de criatura para tomárselo como hay que tomarse hoy la mayoría de cosas
que vemos y escuchamos en la pantalla. A chufla. Por muy intensas que se
pongan. Y el Josie es otro que se pone más intenso que Gloria Serra, o que Sandra Barneda en el debate de Supervivientes.
El plantígrado
En el lado contrario, intenso
pero en plan “déjame que estoy loco”, Frank
Cuesta. Qué pesadito el hombre. Si para el espectador, para este
espectador, lo es, no quiero pensar qué sentirán los animales en cuanto lo ven
asomar con su traje de faena, pantalón corto, gorrita con la visera para atrás,
y zuecos de colorines con calcetines más allá del tobillo. Un cromo. Ahora está
ganándose la vida con Wild Frank, que
emite Discovery Max, y hace lo de siempre, dar por culo a los pobres animales a
los que se acerca sin tener culpa de nada, tío. En una de las últimas entregas,
o en la primera, da igual, porque la tabarra es la misma, lo veo haciendo la
croqueta –literal- para acercarse a un oso feliz que está tratando de comer lo
que pilla en un bosque de California, creo recordar que era allí. Y el
mentecato, cuando está a siete metros del plantígrado, se pone de pie. Como el
que ve una colilla en el suelo, el oso empieza a caminar hacia el capullo, que
sale cortando de allí gritándole al cámara, vamos, vamos, joder, vamos. ¿Qué
pretendía el salvaje Frank? ¿Cuál era la razón del viaje? ¿Por qué coño
molestas a esa criatura? A ver si en un rato libre Íker Jiménez, otro de los intensos de libro, de esos que se toman a
sí mismos con la seriedad de un libro sagrado, desvela el misterio misterioso.
Pero la nota que coronó al pelanas con zuecos de colorines y pantalón de japonés
echando fotos por el Albaycín en agosto a las cuatro de la tarde, fue cuando lo
vi dando explicaciones de lo que pasaría si una bicha de esas que inflan los
carrillos, sacan los molares y te clavan los dientes con veneno, te mordiera.
Ante el animal, crecido como un pavo real, Frank hablaba muy bajito, como si
respirara mal, hacía musarañas con el gesto para dramatizar su sermón, y
parecía entrar en éxtasis diciendo que te faltaría el aire, que el corazón se
encogería, que tu cuerpo se quedaría agarrotado… Anda, tira pallá, tonto,
pensaría la serpiente, que te voy a dar un bocado en el culo que te voy a poner
la gorra derecha, pero sin voz intensa ni cosas por el estilo, que las pitones,
o cobras, no son tan gilipollas.
La guinda
Maestros
Entre maestros anduvo el juego
televisivo la noche del jueves con la vuelta a La 1 de la ansiada tercera
temporada de El ministerio del tiempo.
Perdonen la expresión, pero así me explico mejor. Capitulazo. Giraba en torno
al maestro Alfred Hitchocock, es
decir, que hubo tensión, suspense, intriga y trepidación, componentes a los que
el británico llevó a la cumbre cinematográfica. El cine y la televisión los
cría y ellos se juntan.
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