Cañita Brava
(Artículo publicado el martes, 27 de junio, en diarios de EPI PRESS)
Supongo que lo
recordarán. Hablo de Cañita Brava, o Manuel
González Savín en su carné de identidad –que he tenido que consultar-. Era
la España de 1995, y Narciso Ibáñez
Serrador, el del Un, dos, tres,
endilgó a TVE y a la audiencia una de sus más chocarreras travesuras, El semáforo, un programa de talentos
pero, cómo decirlo, de talentos raros, extravagantes, de talentos como salidos
de la barraca de los monstruos. En El
semáforo era el público el que después de la actuación de un minuto decidía
si el desconocido merecía el aplauso o el horrísono estruendo de las cacerolas.
En ese caldo de risas no exentas de una sensación de mal rollo porque te
descubrías riéndote del otro por su fealdad, por su dislexia, por su estrambótica
forma de cantar, moverse o lo que tuviera que hacer, nació Cañita Brava, que
tenía todo lo anterior. Es el talento del idiota.
Cortito de
luces, pero con gracejo y, lógico, sin pudor, consiguió plaza en Crónicas marcianas, donde le tiraban de
la lengua para que diera espectáculo. Pero como tantos muñecos, no sé si rotos
o enteros, dejó de aparecer en pantalla, al menos en un espacio diario. Ni que
decir hay que Santiago Segura, según
me documento, contó con él para una entrega de su estomagante saga, quizá la
primera entrega, que es cuando el gallego estaba en la cumbre gracias a El Semáforo. Pero digamos que
desapareció. Hasta ahora. ¿Han visto el anuncio donde le vemos en un decorado
que semeja el saloncito de una casa, donde Cañita aparece sentado en un sofá,
con impermeable, cubriéndose con un paraguas, y negando que su casa haya
humedades? Apenas se entiende lo que dice, y por eso está ahí. El anuncio es
desternillante y surrealista. Como Cañita Brava.
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