Octavio Acebes
(Artículo publicado el martes, 26 de julio, en diarios de EPI PRESS)
Supongo que lo
recuerdan, que saben de quién hablo. Era uno de aquellos personajes que tuvo su
momento de gloria cuando a las televisiones acudían como estrellas muy
preciadas bandadas de adivinos, echadores de cartas, brujas y fauna similar. Lo
normal era ver en la pantalla las extravagancias horteras de Rappel, al que llamaban para que
adivinara el futuro de los famosos, lo normal era echar unas risas con las
velas negras de la atrabiliaria y ruda bruja Lola, ver a la hueca, patética y pomposa Aramís Fuster, o toparse con un delicado, suave y cursi Octavio Acebes que iba de plató en
plató como si de una eminencia se tratara. ¿Qué fue de ellos, cómo viven,
dónde, a qué se dedican, siguen viviendo del cuento y de la superchería, de la
verborrea y el truco? De algunos sabemos que no tienen ni dónde caerse muertos,
evidenciando que no acertaron ni con su propio futuro, pero Octavio sigue al
pie de un cañón triste, olvidado y sin prestigio.
Hay que comer. Y
pagar luz y agua, y teléfono, y tal vez alquiler o hipoteca. No sé las
circunstancias personales de Octavio Acebes. Viene aquí porque hace unos días,
en el hotel donde me hospedaba, empecé a husmear con el mando de la tele y de
repente, en los canales prehistóricos que no emiten en TDT, me topé con él,
avejentado, lento, sin ánimo, con su vocecita delicada y sus predicciones de
manual. Casi no lo reconocí, pero allí estaba, en un canal sin nombre, con la
pantalla repleta de números de teléfono a los que llamar para “entrar en
directo y hablar conmigo”, rellenando los tiempos de espera con mensajes de
ánimo que sonaban a derrota. Qué pena me dio, qué pena.
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