La evidencia
(Artículo publicado el domingo, 30 de julio, en diarios de EPI PRESS)
Son datos que a
un espectador medio no le interesan, no está en ellos. Ni siquiera sigue la
evolución de las audiencias. Esa parte de la televisión no va con él, es una
trastienda lejana, aburrida, sin interés. Hablo de eso, de los datos de
audiencia que cada día, casi al salir el sol, ya están bailando sobre la mesa
de los altos ejecutivos de las cadenas, o en la pantalla de sus aparatos
electrónicos, donde sea, pero seguro que amargándoles el café de la mañana o abriendo
otra botellita de cava. Telecinco lleva un porrón de meses en la cresta de la
ola, enlazando un triunfo tras otro, superando a la competencia sin esfuerzo, y
sus resultados engordan la faltriquera de los accionistas a los que, estoy
seguro, les da asco su propia programación, un asco soportable y encantador
siempre que sea rentable. Lo es. Telecinco empalma un concurso hediondo con
otro aún peor.
Y su audiencia,
por ellos, y por programas de parecido tufo, ma-ta. ¿Qué ocurre cuando esa
apestosa pantalla deja de expeler porquería en forma de tipos que ganan un
pastón como Supervivientes o dejan de
convivir en el habitáculo irrespirable de Gran
hermano? Pues lo que pasó siempre, lo que está pasando ahora. Que desde que
dejó de emitirse el último mojón presentado por Jorgeja, creo que en bermudas, las audiencias no son las mismas. Ni
siquiera estrenos chuscos, muy estilo Telecinco, como Quiero ser, lo de Sara
Carbonero, o series como El secreto
de Adam alivian la sed de bazofia de los fieles de esa cadena. Sus
“realities” son un filón para la banca de Mediaset. Sin ellos, su cadena madre
es vencida por la competencia. Es todo tan evidente que hasta el clásico Harrison Ford como Indiana, mil veces
repuesto, gana el pulso.
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