Influencer
(Artículo publicado el domingo, 24 de julio, en diarios de EPI PRESS)
Los hay.
Existen. Antes había decoradores, maestros, escritoras, abogadas, arquitectas,
ebanistas, actores, pasteleros. Ahora hay “youtuber”. Y, sobre todo,
“influencer”. Me parto. Es un palabro inglés que remana del verbo “influence”,
es decir, influenciar. Pero este país es tan moderno, tan garrulo, tan cretino,
que hace de palabras ajenas términos que no entiende ni dios. Hasta que acaban
instaladas en un uso espeso, relamido y bobo. Ser “influencer” es, por tanto, alguien
que influye. ¿Un escritor, un filósofo, un diario, una cadena de televisión, la
radio, un grupo de música son “influencer”? Qué va. Esas son cosas de
pardillos. El influencer –me rindo por el momento, lo escribo sin comas- no es
cualquiera. Tiene que ver con el mundo de la moda, es más, con la capacidad de
poner en órbita algunas modas o, mejor, tendencias. Ya salió. Tendencias.
Ya no hay moda.
Hay tendencias. Y para que la tendencia a llevar granos pintados en la cara,
cascos de moto en la cabeza aunque vayas andando, un ojo negro y otro pistacho,
o ponerte chaqueta de terciopelo, pantalón corto, calcetines azul cobalto y
chancletas sea un éxito, hacen falta influencer a cascoporro. Más porro que
casco, todo sea dicho. Y como Telecinco es guay, es tendencia, es la punta de
la misma polla, allá que defeca y pare Quiero
ser –lo han pasado a Divinity por baja audiencia-. Es un “talent”, chúpate
esa, y los aspirantes intentarán convertirse en el “trandsetter más top”. Trandsetter
más top. La burricie no tiene límites. Para que no haya duda de lo serio de la
mamarrachada, presenta la cosa Sara
Carbonero, una influencer que, si lo es, dice, no es de forma consciente.
Para, para, que me tiro del tren en marcha.
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