Despedidas
(Artículo publicado el jueves, 12 de junio, en diarios de EPI PRESS)
Comienza la
desbandada. No hablo de la espantá del rey, ni de la de Rubalcaba –no sé si ustedes alucinan, pero yo me quedo pillado
cuando escucho de Rajoy abajo,
incluida la arpía Cospedal, alabar
la labor del socialista y conmoverse con el PSOE por lo bien que tienen clavado
el Estado en los colindrones, término de Pelayo, el del Asturiano, el de Amar es para siempre a la que, por
cierto, ha vuelto Jaime Pujol, es
decir, el fiscal Martín Angulo, perverso entre perversos que el valenciano de
adopción borda con su magisterio-. Hablo de otras despedidas. Hablo de una que
va de la pena al alivio. Hablo de Aída,
que sí, es la comedia más longeva, la que nos ha hecho reír muchas noches, la
que dio grandes momentos con grandes artistas como Carmen Machi o Paco León,
pero es también la que llevó esa comedia a unas cotas de vulgaridad que, qué
quieren que les diga, sin ser un relamido, me tiraban para atrás. Aún así, gran
serie, sin duda.
También se fue,
y deja la tele hasta su vuelta en una orfandad casi peligrosa, Salvados. A estas alturas, Salvados es más que un programa de
televisión. Es un servicio público al hacer del periodismo aquello que tanto se
olvida, es decir, lo que el poder no quiere que se sepa. Sin agresividad, superada
la etapa de bufón provocador –como creo que hace un tipo contratado en
Telemadrid y conocido como el Follonero de la derecha, lo que quiere decir que
cuando Jordi Évole vuelve, otros aún
no han salido-, cada entrega escalaba la ladera más oscura de ese poder,
desenmascarando su escombrera. También se ha ido El Objetivo, que Ana Pastor
y su equipo han redondeado. Y Ciento y la
madre, el fiasco en Cuatro de Patricia
Conde. Pero nadie la echará de menos.
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