(Esta columna se publicó en los diarios de Editorial Prensa Ibérica el día 30 de julio)
Trastornada
Ya estamos, decía Kiko
Hernández cuando la escritora empezó otra vez a lloriquear en el momento en
que su versión de los hechos no sólo no era compartida por el corro de feroces
busca sangre sino que la acosaban por contrato, lo normal en ese mar de cerco
firmado. Terelu Campos hacía las
veces de guardiana inmisericorde y ofrecía sus acogedores manos a la escritora,
que se dejaba mimar por la serpiente, que en esta función gana un poco más que
el resto porque es la que lleva el pinganillo con órdenes de ataque, retirada,
calma, caricia, o a degüello. La escritora aprieta con tanta fuerza a la mamá
serpiente que ésta ha de levantarse, quitarse los anillos porque la escritora
le aprieta las manos como una condenada, y cuando la tiene a un palmo de sus
narices, con un murmullo atroz de buitres de fondo, le dice que no puede más,
que abandona el plató y que si alguien cree que está actuando, que la contrate Amenábar.
La mamá serpiente, arrodillada ante la escritora, le pedía que
respirara hondo, que se tranquilizara, que no le gustaba verla así porque la
admiraba, pero la escritora, autista, volada, insistía en que tenía que irse,
que reconocía haberse equivocado, que todo estaba siendo demasiado duro, que la
dejara marcharse. No puedes, querida, contestó la bicha en un último esfuerzo
por elevar el tono dramático de la cansina y patética escena. ¿Por? Has firmado
hora y media con Sálvame para
compensar tu salida del campamento si no quieres perder tu dinero, así que te
queda más de media hora. Toma, Lucía
Extebarría.
Después del lloriqueo vino el gran momento, el intercambio de bragas entre la Premio Planeta y la mamá serpiente. Creo que fue ese día. Pero me da igual que fuera otro. Me importa una mierda. |
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