Adelante,
Pilar
(Columna publicada el sábado, 10 de agosto, en periódicos de Editorial Prensa Ibérica)
De Saber y ganar lo sabemos casi todo. Al
menos, lo más importante. Del concurso sabemos que su longevidad, inaudita para
un programa que ennoblece algo que hoy se devalúa por momentos como es el
conocimiento, y no el conocimiento más ramplón, se debe a la fidelidad de una
audiencia exigente, preparada, que se anima a jugar desde casa y se alegra o
entristece con el triunfo y victoria de sus concursantes. Sabemos que han
pasado por él cerca de 2.000 personas. Sabemos que a pesar de su última
remodelación, el plató tiene un aire casi trasnochado, pero quizá sea esa marca
la que lo hace, en lo visual, llamativo, entrañable. Lo digo por comparación
con otros formatos parecidos que nublan con efectos de luz y chismes
electrónicos la simpleza de unos contenidos que no tienen la altura intelectual
de este tótem de La 2.
Sabemos
que Saber y ganar es Jordi Hurtado,
el hombre animoso, el hombre al que aquí conocemos como el que mejor sabe
hablar apretando los dientes mientras ríe. Un prodigio. Sabemos que el concurso
empieza en sombras, con la silueta de presentador y concursantes moviéndose
hasta que acaba la sintonía y corren a sus puestos, y acaba del mismo modo,
escopetados al centro del plató para mover los brazos, dar saltitos, y
saludarse unos a otros hasta que acaban los créditos. Por conocer, hasta
conocemos al dueño de la voz, del hombre invisible, del que hace las preguntas,
el famoso Juanjo, es decir, Juanjo Cardenal, afable, culto, y parece que
tímido. Y Pilar, Pilar Vázquez. Ella da paso a secciones del concurso,
es la ayudante. Atención, pregunta, ¿alguien puede decirme si no sería bueno
maquillarle los ojos de otra manera? Fíjense y verán.
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