Mi
infarto y la sanidad pública
El sábado 10 de agosto, sobre las siete de la tarde, empecé a
sentirme mal. Acababa de colgar algunas entradas en el blog, prometiendo
ponerme al día con las columnas atrasadas después de una semana descansando en
una playa nudista de Almuñécar, en Granada. Pero no pude seguir. Un fuerte
dolor me apretaba el pecho. Me levanté y me senté en un sillón. Sabía que algo
no iba bien. Lo que soltaba mi cuerpo no era sudor. Tenía una manguera en cada poro de mi piel. En ese
momento estaba solo en casa. Pero no me puse nervioso. No me alarmé hasta
paralizarme porque sabía que no me lo podía permitir. Tenía que llegar al
teléfono móvil para pedir ayuda. Y así inicié la ruta de mis hermanos. Al
final, me trasladaron al ambulatorio correspondiente. En cuanto entré, la
doctora lo tuvo claro. Nos vamos de excursión, me dijo. Ya lo sabía, le dije
yo. El destino era Granada. El Hospital Clínico. En apenas unos minutos la
ambulancia salía del centro de salud conmigo dentro conectado a una vía de
suero y algún potingue más. En la ambulancia, el conductor, uno de mis
hermanos, una enfermera, y la doctora, que me colocó a intervalos pastillas de
nitroglicerina.
Recapitulemos. Hasta ahora, al margen de la lógica presencia
fundamental de mis hermanos, uno en la ambulancia, los otros dos siguiendo en
coche el camino del vehículo sanitario, han intervenido tres profesionales, el
conductor, la enfermera, y la doctora, al margen del recepcionista que agilizó
la entrada al mínimo para que en apenas unos segundos estuvieran colocándome
los electrodos del primer electrocardiograma de la decena o más que me
esperaban en mis días de hospital.
La llegada a Granada fue como tuvo que ser, a lo grande, con
aparato sonoro, con la sirena encendida para abrirse paso en el caos de una
ciudad al atardecer. No iba nervioso. Vivía desde dentro una película que sólo
acababa de comenzar. En la puerta de urgencias, nuevos camilleros, enfermeros,
y personal sanitario me pasaron al interior del Clínico, que por primera vez en
mi vida veía desde el punto de vista del paciente, es decir, tumbado, es decir,
que veía techos blancos pasando sobre mi cabeza a una velocidad peliculera, la
mano de alguien que me seguía levantada sujetando el suero, las caras fugaces
de la gente que me miraba como tantas veces he mirado yo a quien ha irrumpido
en urgencias sobre una camilla empujada por hombres de bata blanca, el asombro,
la curiosidad, o la indiferencia de quienes esperan que el altavoz, metálico,
de sonido sucio, apenas legible, llame a los familiares de Fulanito o
Menganita, y el ronroneo de las voces que, aunque parezca mentira, siempre se
oyen en las urgencias de los hospitales.
A estas alturas ya estoy dentro de la UCI, así, sin
contemplaciones, sin esperas en los pasillos, y de nuevo rodeado de
profesionales que ejecutan un baile perfecto en el que cada cual cumple su
función al milímetro. Nuevo electro, medida de tensión, de temperatura, creo
que se llevan sangre para analizar, y nuevo relato de cómo fue, qué sentí, cómo
me siento ahora. Me siento bien, les digo, sé que estoy en las mejores manos.
Mi doctora, a eso de las diez de la noche, y después de informarme sobre lo que
me van a hacer –luego sabré que se llama fibrinolisis con TNK-, me dice que
tengo que dar el consentimiento porque es un tratamiento tan eficaz como
agresivo. Le digo que sí a todo porque el dolor no acaba de irse, aunque ya no
es tan intenso como en los primeros momentos de la gran ópera que se puso en
marcha hace algunas horas. Me viene a decir, resumiendo, que durante hora y
media mi organismo recibirá por la vía abierta en mi brazo un ataque de tal
calibre que mi sangre, y con ella cualquier obstrucción que encuentre por los
territorios infinitos de las venas, quedará tan diluida que parecerá agua, y
que si llegado el caso tuvieran que hacerme una transfusión, el asunto podría
ser dramático. Adelante, le digo. Fue milagroso. El dolor, la presión, la
sensación de no acabar de estar bien, se diluyó como la posibilidad de que mi
sangre se convirtiera en agua durante unas horas. Luego creo que me quedé
dormido.
Recapitulemos de nuevo. He perdido la cuenta de la gente de la UCI
que está pendiente del más mínimo funcionamiento de mi organismo y de mis
necesidades fisiológicas. Desde que me desperté tuve la misma sensación que
tuve desde el primer momento en que mi vida dependió de una gente que no
conocía, o sea, que estaba en las mejores manos, que no tenía miedo, que todo
iba bien. En la UCI estaba atado a electrodos que leían mis latidos, las
alteraciones de mi corazón, y de reojo, de vez en cuando, miraba los monitores
que recogían ese lenguaje de rayas que dibujan afiladas montañas de luz verde y
números que oscilan y que sólo los profesionales saben descifrar para saber que
tu corazón y tu vida siguen atados a la misma empresa. Las primeras ecografías
confirmaron la sensación que tenía, que no había daños irreparables en el gran
músculo, que mi corazón estaba intacto, que no había ningún rincón necrosado,
que palpitaba con normalidad, que sonaba bien.
En planta se confirmó cuando me hicieron una ecografía más
detallada y precisa, y nuevos electrocardiogramas, y nuevos análisis de sangre
y orina. Han pasado apenas cuarenta horas, estoy en la cuarta planta del
Hospital Clínico Universitario, y aquí, en la sección de Cardiología, parezco
un rey atendido por los mejores profesionales de la sanidad pública.
Camilleros, enfermeras, personal de limpieza, cocineros, nutricionistas,
auxiliares de enfermería, doctoras, doctores, equipos de cardiólogos, todos,
una legión de hombres y mujeres, sobre todo mujeres, vigilándome, analizándome,
haciendo que mi vida en el hospital sea lo más agradable posible. Seguro que
habrá pacientes, y familiares de pacientes, que tengan que contar otro tipo de
experiencia, pero yo sólo tengo palabras de admiración, respeto, y cariño por
ese personal sanitario que ha puesto de nuevo en órbita mi vida.
También estoy seguro de que estos profesionales tienen otra visión
de su situación. Es decir, la visión del trabajador que ha visto su sueldo mermado,
sus derechos encogidos, sus horas de trabajo aumentadas, incluso más de uno
habrá recibido, y recibe, los improperios de pacientes impacientes que miran el
dedo del que apunta en vez de mirar lo que apunta el dedo. Sin embargo en
ningún momento, desde la señora que limpia a conciencia la habitación, a la
cardióloga que maneja con concentrada sabiduría maquinas sofisticadas, han
mostrado su malestar, su resquemor, en nada ha influido su situación laboral, a
veces de acoso y desánimo, en el trato recibido.
El viernes 16 de agosto, en ayunas, a las ocho de la mañana, me
trasladaban de nuevo en ambulancia hasta el cercano hospital Virgen de las
Nieves para hacerme la última gran intervención, un cateterismo. No tenía ni
idea de lo que era eso. Y es alucinante. En los monitores ves el interior de
tus arterias, el flujo de la sangre por las venas, las rítmicas palpitaciones
de algo que tú imaginas que son las puertas de tu corazón, el pericardio,
dominando sus alrededores con la majestad de una máquina perfecta y tan
sensible que a la más mínima lesión acusa su enfado. Los doctores, dos jóvenes
facultativos protegidos por ropas espanta rayos nocivos, me dijeron que no
mirara los monitores si era aprensivo. ¿Que no mire? Esto no me lo pierdo por
nada. Es la primera vez, y espero que la última, les dije, que veo el interior
de mi cuerpo. Y allí estaba, en blanco y negro, con esa cruda belleza de la
vida luchando por la vida. En la muñeca derecha me habían abierto un túnel de
acceso por el que meter, vía arteria, los materiales de construcción
necesarios. Sentirás un pinchazo, una quemazón muy elevada, y luego, nada,
tranquilo, ya estamos dentro. Dentro de esa arteria estaba el catéter, la
cámara, y el stent, anglicismo que denomina al dispositivo que te dejan en la
arteria dañada y que actuaría si volviera a obturarse. Yo vivía uno de los
momentos más intensos de mi vida, por muchas razones. Por lo que estaba viendo
en las pantallas, por saber que me hurgaban y no sentía dolor, y por la
convicción de que me reparaban algo como cuando repara el fontanero una tubería
atorada, pero sabiendo que se estaba empleando una tecnología sofisticada,
extraordinaria, unas herramientas tan diminutas como de potente eficacia.
Sabiendo que mentes privilegiadas, equipos de investigación sin descanso,
hombres y mujeres entregados a la ciencia desde un anonimato casi bochornoso,
habían hecho posible que ahora, en ese preciso instante, por el interior de mis
venas, estuviera haciendo uno de los viajes más portentosos que alguien pueda
imaginar. También sabía que la pareja de facultativos que me colocaron el
dispositivo terapéutico y preventivo no estaba sola, que fuera de la sala donde
esa maquinaria que se mueve por carriles, con brazos articulados, como una
araña gigante y silenciosa, con cuatro monitores colgados en su cuerpo central,
pero con una precisión de mamá, había un equipo de cirujanos preparado por si
algo iba mal, un equipo de entrañables y juguetonas enfermeras preparado por si
algo iba mal, un equipo de personas preparado por si algo en mí iba mal.
Y aquí me derrumbo y lloro. Literal. Estoy llorando mientras
escribo porque no me da la gana de reprimirme ni de contarlo, porque sé que
hasta ahora, hasta que de nuevo me vi en la casa, la sanidad pública se ha
gastado en mi vida un dinero que yo no hubiera podido pagar, y también por eso,
porque tengo una sensibilidad de cojones, me cago en tanto hijo de puta suelto,
en tanta perra, en tanto corrupto y miserable, en tanto político de mierda que
quiere acabar con la sanidad pública para ofrecerla como negocio a la empresa
privada, que nunca, jamás, miraría por mi salud sino por su beneficio. Si la
sanidad pública está en peligro, y en estado de desmantelamiento programado,
los ciudadanos estamos en peligro y en estado de desmantelamiento deseado. No
podemos consentirlo. No podemos votar a partidos políticos que juegan con
nuestra vida en nombre de unos ahorros torticeros que cortan el grifo de unas
mangueras, justo las que sostienen el estado de bienestar, y abren sin freno el
chorro del caudal de esos dineros para que la luz de la abundancia no deje de
iluminar los chiringuitos privados. La sanidad pública salva vidas, o debería,
sin mirar la cartera del paciente. La privada te mira la cartera, y luego, ya
veremos. Las políticas de los gobiernos, sean del color que sean, jamás son
ingenuas se trate de la materia que se trate. Las políticas sanitarias también
son ideológicas. La que vivimos ahora lo es, y avergüenza y aterra. E indigna.
Y por último, que no es poco. Es más, es lo más. Este infarto, que
me tendrá atado a medicamentos y que me ha quitado de golpe el tabaco, uno de
los placeres más absurdos que nadie pueda imaginar, también me ha dado
emociones que apenas estoy aprendiendo a gestionar. Desde que cundió la noticia
de mi hospitalización las muestras de cariño no han cesado. Llamadas, correos,
mensajes, cientos de personas preocupadas, y otras tantas, prudentes y
silenciosas, esperando noticias. A todos, a todos, gracias, muchas gracias. Me
sale de los huevos ponerme tierno y deciros que sí, que de alguna manera ha
llegado a mi corazoncito herido el aliento de vuestro ánimo, que os quiero,
coño, y que sé que me queréis. Venga, un beso. Huy, cuidado con esas lágrimas,
que no tengo el chichi para muchos tábarros.
Es un placer leerte, tan descriptivo como siempre. No sabía nada de esta aventura y tal como la narras es de premio. Si señor, la sanidad pública es lo mejor que tenemos, un ejemplo a seguir, el problema es que sus gestores han ido cayendo en la podrida caja de caudales. Te deseo mucha salud y que seas siempre así de tierno como te expresas. Un besazo
ResponderEliminarGracias, Ángela, gracias por tus palabras de ánimo. Coincidimos en ese apoyo a la sanidad pública, a lo público en general. Un beso enorme. Lo mejor para ti y tu familia.
EliminarQué bonito y qué alegato de razón. Aquí, en casa de médico, lo hemos leído con mucha emoción. Un abrazo enorme y parabienes por la recuperación y por la consciencia de lo vivido, que ahí es ná.
ResponderEliminarjulia (el nombre que te faltaba en la foto)
NO SUPE NADA CIELO........ YO TAMBIEN LLORO, ERES INDESTRUCTIBLE.....VIVA LOJA, VIVA GRANADA, VIVA LA MADRE K TE PARIÓ....... UN ABRAZO. TE QUIERO.
Eliminar"LA DE LAS BARBAS DEL PANDERO", MUAK
Querida Julia -el nombre que faltaba en la foto, jajajaj-, gracias por tus palabras, que también me emocionan, y más, como recuerdas, leyendo el texto en una casa de médico. Un beso enorme, corazón. Todo lo mejor para vosotros.
EliminarJajaja, qué grande... ¡La de las barbas del pandero! Te quiero, guapa.
Eliminarjoderrrr.... eres un autentico fenómeno!!! no hay duda!!!
ResponderEliminarGracias, Alberto. Intento ser coherente. Un abrazo grande
EliminarVivimos a escasos 300 metros y por poco me entero de tu percance. Si no es porque lo pones en tu FB, ni me cosco. Veo que has tenido una experiencia nada agradable. Pero lo importante es que ya te encuentras bien, o al menos, mejor. Suscribo todo lo que comentas acerca de la Sanidad Pública, tendría que haber un acuerdo nacional, de todos los partidos y blindarla para que, independientemente del color político del partido en el gobierno, nadie pudiese socavar sus cimientos. Pero, bueno, lo importante es que estás bien. Un abrazo Cipri
ResponderEliminarGracias, guapo. Sí, la cosa vino como vienen estas cosas, de golpe y poniendo en marcha una maquinaria del copón. Pero parece que todo salió bien y que todo va bien. He contado la historia en el FB porque, aunque en un principio apenas se enteró nadie, luego la cosa se desbordó. Quería explicarla yo, que la gente supiera que estoy bien. Ha sido muy emocionante el cariño recibido. Y además, como dices, quería dejar constancia de mi agradecimiento a la sanidad pública, a su innegociable continuidad. Ojalá se llegara a ese acuerdo nacional para que este patrimonio no estuviera en el debate político. Y que nadie pudiera estropearlo. En fin, querido, me alegro de saludarte. Ya nos daremos un achuchón cuando nos veamos -pero no me aprietes mucho, canalla, que ya estoy mayor, enfermo, y casi chocho-. Te quiero. Un beso.
EliminarBueno, bueno a ver si me haces llorar "cabroncete"
EliminarCompañero Cipri, ánimo y mucha salud. Tu prosa magnífica, como siempre, hasta para contar un relato en primera persona. Mucha suerte y salud, compañero.
ResponderEliminarGracias, colega. Gracias por tus palabras de ánimo, querido Paco. Todo lo mejor para ti y los tuyos.
EliminarABRAZOS CHILLAOS DE MARISOL Y FAMILIA.(TE LOS MANDAMOS DESDE LA MATA).RECUPERATE ,IMPRESCINDIBLE PARA LA CULTURA MEDITERRANEA ,AMIGO CIPRIANO.
ResponderEliminarGracias, Marisol -y familia-, otro abrazo chillao desde estas tierras granaínas. Me cuido. Va por vosotros. Un beso
EliminarCipriano: En primer lugar, mi deseo inequívoco de que continúes bien. En segundo lugar, que no he sabido nada de tu infarto hasta hoy. A continuación, te confirmo TODO lo que has escrito. Yo también sufrí un infarto el 7 de marzo de 2008 (esa fecha nunca se va a olvidar)y mi atención sanitaria fue muy parecida a la que describes. Únicamente que a mí no me trasladaron, porque vivo a pocos metros del Virgen de la Arrixaca y fui por mi propio pié; como lo lees. Y desde el primer momento fui tratado como paciente con probable infarto (la analítica sanguínea lo confirmó horas después, con una profesionalidad y cariño absolutamente contrario a lo que estos políticos INEPTOS e INEFICACES -SALVO PARA SUS INTERESES- ARGUMENTAN PARA PRIVATIZAR LA MEJOR SANIDAD PÚBLICA DEL MUNDO. Yo también odié el tabaco desde aquella noche de viernes y, toco madera, hasta hoy no he vuelto a probarlo y doy gracias a esos profesionales (desde el último al primero que conforman la Plantilla de este hospital público)por haberme salvado la vida. Te deseo todo lo mejor y gracias, en nombre de una inmensa mayoría, por haber escrito esta ODA A LA SANIDAD PÚBLICA que todos debemos defender (qué paradoja) A MUERTE.
ResponderEliminarAsí es, querido Andrés, a MUERTE. Cómo me reconozco yo también en tus palabras. Espero estar a tu altura y poder mantener a raya mi disgusto fulminante con el tabaco. Aún es pronto para decir ese cigarro no es mío, pero estoy en ello. Y no sólo el tabaco. Trato de organizar mi vida de otra manera. Ya veremos. Todo es muy reciente. Lo importante es que el nuevo edificio se está construyendo. Un abrazo fuerte. Y gracias por tus palabras.
EliminarUn abrazo desde la distancia Cipriano, sinceramente me gustaría dártelo en persona pero la vida es así. Sé muy bien cómo te sientes, el cariño y el apoyo de familia,amigos y profesionales lo curan todo. Te deseo mucha suerte y déjate cuidar por quien te quiere y desee hacerlo.... Has entrado en el club de los que ya saben que antes o después haremos el gran viaje hacia la nada, esa visión nitida del fín cambia muchas cosas en uno mismo... yo le llamo "la metamorfosis del más vivo que nunca", un beso
ResponderEliminarOtro beso para ti, Sofía.
Eliminardesde mi visión de curranta de Medicina Interna gracias por reconocer nuestro trabajo tratandolo con cariño, debes de saber que nosotros sufrimos con vosotros y os tomamos bastante afecto repito Muchas Gracias por tu reconocimiento ah y sé bueno ..ya sabes reposo después e las comidas sin sal es duro ...pero.. te ayudará a seguir con la familia y con calidad de vida.
ResponderEliminarGracias, Hermania, ángel bueno de la salud pública honrada, esa que pelea por la dignidad. Gracias por tus palabras y consejos. Trataré de no defraudar a tanta gente que me quiere.
EliminarSublime. Experiencias como estas ayudan a soportar lo de nocivo que como la espuma flota sobre la superficie de la sociedad por culpa del salvaje egoismo del poder y el dinero. Gracias,Cipriano por tu consoladora experiencia narrada de modo impecable para el entendimiento, Aniceto.
ResponderEliminarGracias, Aniceto,por tus palabras de ánimo y por compartir con tanta gente la visión que tenemos de algunas cosas. Saludos y un abrazo
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