Pecador
No me hagan
bromas, que en cuanto alguien dice pecador se traviste de Chiquito de la Calzada y añade “de la pradera” sin pensarlo, e
incluso puede dar saltitos poniendo caras. No me hagan bromas, que hablamos del
arzobispo de Madrid. Lo veo en todo su esplendor con el ataharre de los
domingos en un publirreportaje que La 2 dedica ese día a su negocio. En verdad
en verdad os digo, caros lectores, que la cosa es excesiva. Se suceden los
programas aunque todos guiados por un solo fin, el dios de la propaganda.
Gratis total. El día del Señor, Testimonios, y La Santa Misa. Me quedo con la última. Es en la Almudena, en la
catedral. La realización es solemne, envarada, de planos largos y detalles
arquitectónicos. Hasta que entra en escena Antonio
María Rouco Varela.
No llevaba las
gafas negras del obispoflauta manifestante sino las manos recogidas del
piadoso. Qué gran espectáculo, qué hermosas palabras, qué gran coro
catedralicio, qué mal canta Rouco, y qué cosas rarísimas decía. Decía que su
iglesia era la iglesia de los pobres, pero yo sólo veía una empresa boyante,
incluso ostentosa en su afán de enseñar sus oropeles y su poder. O sea,
palabrería. Hubo otro momento cumbre en ese teatro de la fe televisada en el
que pensé que al fin la realidad se impondría a la ficción. Cerremos los ojos,
dijo el oficiante a los congregados, y hagamos recuento de pecados. Me quedé
petrificado. Pensé que no habría horas para la emisión y que La 2 los dejaría
allí con los ojos cerrados porque es aburridísimo un plano fijo con el careto
de Rouco. Qué tonto. A los tres segundos abrió los ojos. Está en el guión, pero
no significa nada. Rouco es un pecador de la pradera. Él lo sabe. Todos los
sabemos. Pero sigue la farsa.
El actor Rouco Varela en un momento de la representación vestido con el ataharre de las solemnidades de su iglesia, la de los pobres, como todo el mundo sabe. |
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