La
dignidad
Habrán leído mucho
estos días de ella, habrán visto imágenes de archivo haciendo su trabajo en
radio y televisión, incluso habrán sentido el lógico estremecimiento que aún
sentimos cuando alguien querido y admirado por su prestigio profesional nos
deja. Todo lo que se ha dicho de Concha
García Campoy no puede ser más que bueno. Ella lo era. Era una periodista
que hizo bien, muy bien, televisión, y que hizo bien, incluso mejor, radio. La
televisión tiene sus leyes, o sea, está sujeta a una serie de ¿imponderables?
que en otros medios parecen amortiguados. La televisión, y la gente que la
hace, parece que no tiene más remedio que tragar con lo que le echen. Hasta Concha
tragó. Su última etapa en Las mañanas de
Cuatro, antes del cáncer que se la llevó, fue un disparate con el que tuvo
que bailar. Su programa se convirtió en un lamentable puticlub. Literal.
No había día en
que, con infografías que anunciaban en exclusiva la investigación, el equipo se
zambullera en la pocilga de la prostitución. Lo malo era que se notaba mucho
que convertían el asunto en un reclamo, que dejó de serlo porque “la
investigación” sólo era una burda cámara oculta para hablar de una sordidez que
sólo buscaba rentabilidad comercial. ¿Es justo que ahora, cuando ya no está
esta extraordinaria mujer, la recuerde de esta forma? Seguro que no. ¿No tiene
su trayectoria momentos de esplendor, trabajos memorables, entrevistas para
recodar, aciertos con que iluminar su recuerdo? Muchos, y de enorme trascendencia.
Pero si cuento lo anterior, y en esta columna lo dejé escrito en su día, es
porque incluso defendiendo lo indefendible, gestionando la basura de aquellos
reportajes, Concha García Campoy tenía la facultad de los grandes, la dignidad.
Concha García Campoy maquillándose antes de empezar Las mañanas de Cuatro. |
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