La
bruja buena
Hay que volver
de vez en cuando al lugar del crimen por si han lavado la sangre, han cambiado
las sábanas, e incluso el asesino, relajado y creyéndose libre, merodea el
lugar creyéndose impune. He tenido mala suerte. Encontré el lugar tal como lo
dejé la última vez. A quién se le ocurre encender la tele sobre las once de la
mañana y quedarte en compañía de Ana
Rosa Quintana para ver la calidad de sus mechas. Toma, en la cara. Sacan a Jorge Albertini, más que abogado, un
lince. No pierde un juicio. Y todo para ayudar a los necesitados. Nada sería
posible sin tu ayuda, Ana Rosa, y no es peloteo, que sabes que no me gusta, es
la verdad, y hay que decirlo porque si no fuera por ti y tu ayuda no se haría
justicia porque ningún programa es capaz de hacer lo que tú haces, suelta el
tal Abertini de corrido y sin vergüenza. La otra calla, y medio sonríe.
Me quedo
descuajaringado, sin tiempo a reaccionar porque noto la vomitera subiendo a
toda leche por el gaznate. Así que, desarmado, me dan otra hostia en el
siguiente plano. Se ve a un tipo sangrando y dando alaridos de dolor, en primer
plano, tumbado en una ambulancia después de recibir un navajazo con una catana
en una pelea de borrachos. El reportaje no nos priva de ponernos a esa hora de
la mañana un festival de planos con la sangre encharcando el suelo, un coche en
la acera, y la catana. AR no pierde una, está al loro de lo que pasa en tu
barrio, en tu ciudad. Bueno, hay que decir que Barcelona no es tan insegura
como alguien puede pensar, matiza Jalís
de la Serna, autor del Callejeros del
que han escogido la parte más turbia para la promoción. Pillada, enseguida
recula y dice, claro, claro, Barcelona es una ciudad segura, que nadie se
alarme. Ay, bruja.
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