martes, 19 de marzo de 2013

El origen del mundo. El viaje (I)



El viaje I

-Fóllame. Ya.
      
     El joven negro no sabía español. Pero daba igual. Las miradas y jadeos de yegua en celo de la blanca no necesitaban traducción. Los viajeros se quedaron mudos. Ella se fue atrás, a los últimos asientos, vacíos. Se quitó la ropa. Se abrió de patas. Y la flor palpitante le temblaba como un pajarillo aterido. El chico –había subido al autobús, y antes de salir ya estaba dormido, un bello cuerpo amodorrado y elástico, al que le brotaba del chándal una vara tan dura y perfecta que parecía tener vida propia-, dócil, como sonámbulo, la siguió aturdido y obediente con los huevos acobardados pero la polla apuntando al sistema solar. Se la coló entera, tan dulce como el primer beso de un bebé. Ella gritaba como jamás lo había hecho viendo por la ventanilla cómo los coches que iban detrás se acercaban con peligro a la culata del vehículo, convencida de que si hubieran podido, más de un conductor intentaría asaltar el convoy como los indios la carreta de los vaqueros.
     
      El chico se la follaba como el que baila con pasos medidos, acompasados por un ritmo celestial, ensimismado en aquella carne derretida y sumisa, acariciándole la erección de unas tetas a la medida de sus manos de estibador sin importarle el corro de viajeros que enseguida se formó a los lados, detrás, subidos a donde podían, envidiosos, ensalivados de lujuria, organizándose como se organiza la vez para comprar pescado, con conatos de discusión para ser el siguiente que probara aquella polla abrillantada como el ébano más untuoso. Nadie se dio cuenta de que el autobús se había parado cuando el chico salió del chocho empapado de la blanca porque todos querían ser el siguiente. El conductor, enérgico, mandó callar.

     -O me folla a mí, o de aquí no salimos. 

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