De
funeral
(Artículo publicado el jueves, 3 de abril, en diarios de EPI PRESS)
El funeral de Estado podría convertirse en un género. Un género
que los abarcaría todos. De humor, terror, intriga, hiperbólico, surrealista.
El último se montó a gloria de Adolfo
Suárez, muerto al que ya le da igual lo que digan, cómo lo digan, quién lo
diga, y lo que pase en el patio de butacas. El funeral de Estado por alguien le
importa un carajo a ese alguien. Es cosa de vivos. Todavía, en España, lo
solemne pasa por la puesta en escena de una eficaz productora como la iglesia,
campeona de la dramaturgia operística, cosa demencial en un Estado aconfesional
–ay, que se me escapa el pis como en el anuncia a Concha Velasco- Es urgente que los fontaneros del lado creativo del
Estado se inventen con urgencia una puesta en escena laica, aunque nos privemos
de la imagen turbadora de un varón con sayos bordados en seda y mitras bañadas
en oro. Una monada.
Sin cámaras no hay espectáculo, y como en el funeral por Suárez
las hubo, lo hubo. El realizador apenas pudo evitar el abrimiento de boca
leonino del ministro Margallo, el
maquillaje casero de Mariloli Cospedal,
que podía haberse puesto su peineta en tarde tan cañí, los colgajos del
pescuezo de Aznar, el morenazo
insultante de González, o la
grisácea palidez de Rajoy. Qué gran
tarde de televisión. Don Estado divirtiendo al pueblo. ¿Vieron a Juan Carlos de Borbón, a las pocas
horas de que Pilar Urbano hablara de
que el Rey estaba en el ajo golpista con Armada,
tratar de parecer tieso? ¿Escucharon sin asomo de arcada al teatral Rouco Varela hablar de concordia con
una mano y con el muñón de la otra de guerra civil, él, que guarda gasolina en
sus ojos? Que siga el espectáculo.
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