Velvet
es Gran Hotel
(Artículo publicado el domingo, 9 de marzo, en diarios de Editorial Prensa Ibérica)
Con cada entrega, la historia está más clara. Cada semana veo más similitudes. Cada lunes, en Velvet vuelvo a ver el andamiaje de Gran Hotel, la estructura sobre la que se desarrollaba la gran serie de la productora Bambú que emitió Antena 3. He dejado pasar los días, y los capítulos, y ahora, cuando se han emitido tres de la tanda prevista en esta primera temporada, me acerco a Velvet para confirmar mi intuición. La historia sobre la que bascula la trama de las galerías Velvet es el irrefrenable amor entre el rico heredero Alberto Márquez, Miguel Ángel Silvestre, y la empleada rasa llegada del pueblo echa una niña Ana Ribera, que interpreta Paula Echevarría. ¿Recuerdan la historia de Gran Hotel? A ese Gran Hotel llegaba del pueblo, para vengar la muerte de su hermana, un pobre pero apuesto muchacho, Yon González, que encandila desde el segundo uno a la rica Amaia Salamanca. Es decir, el Julio pobre pero guapo de Gran Hotel es en Velvet la pobre pero guapa Paula Echevarría. En Gran Hotel había dos mundos, el del buen gusto, rico, opulento, sofisticado y elegante de los clientes del hotel que vivían en las cómodas habitaciones de los pisos superiores y comían en los amplios comedores, y el de los empleados, abajo, en las cocinas, entre humos y pucheros, el mundo inferior de los camareros y limpiadoras que compartían austeras y monásticas habitaciones en una zona que jamás pisó cliente alguno. En Velvet, las camareras son costureras que apenas salen del taller, microclima en el que habita Ana Ribera, la guapa pobre. Pero como el rico Alberto Márquez, Miguel Ángel Silvestre, es enrollado, a veces baja, habla, y hasta se toma una copa de cava para celebrar algo que celebran sus empleadas, igual que a veces hacía la rica Alicia Alarcón, Amaia Salamanca, cuando entraba en las cocinas sin el aire adusto y siempre recriminatorio de su madre, la venenosa Adiana Ozores.
Párvulos y maestros
Los protagonistas de ambas producciones son jóvenes, las parejas formadas por Yon González y Amaia Salamanca, en Gran Hotel, y Miguel Ángel Silvestre y Paula Echevarría en Velvet. Todos guapos, de buen ver en pantalla, pero en ambos casos sin el pellizco de los grandes actores, en ambos casos con dificultades para encontrar gestos que denoten que viven situaciones distintas a lo largo del capítulo más allá del gesto comodín que sirve para un dolor y para una alegría. Para eso, para demostrar que los años son una cátedra, y para compensar al párvulo, en ambas series se echa mano de un cuadro incontestable de grandes actores. A resultas de la estrategia, la Concha Velasco de Gran Hotel, que sólo con su presencia la pantalla se llenaba de sombra y misterio, es José Sacristán en Velvet. Concha Velasco era la gobernanta, la encargada de repartir el trabajo de las camareras, la que cuidaba del orden de las cosas, la que sabía muchas más historias de las que hablaba. José Sacristán es el jefe de personal, el que se encarga de que todo funcione, el que sabe mucho, y malo, de la familia Márquez, dueña de las galerías, el que está pendiente de que la maquinaria no decaiga, el que frena, como hacía Concha Velasco con su hijo, los amores de su sobrina –Paula Echevarría- por el rico dueño de los almacenes. Velvet tiene hasta madrastra, como Gran Hotel. La madrastra es una figura muy literaria, así que los guionistas de ambas historias han contado con ella para las dos series. La madrastra de Gran Hotel –que no llegó a ejercer- era la maquiavélica Adriana Ozores. En Velvet, la madrastra es Doña Gloria, la espigada y fría Natalia Millán, que luchará para que su hija, la lacia y consentida Patricia Márquez, Miriam Giovanelli, sea una igual comparada con su hermanastro, el apuesto Silvestre. A esta nómina de malas con retranca y oscuro pasado, se suma en Velvet una novedosa y espléndida Aitana Sánchez Gijón, adusta, bella, de apariencia ausente pero alerta ya que en su historia hay ventanas que prefiere no abrir.
Bambú y Globomedia
Nada es casual en esos paralelismos más que evidentes a poco que el espectador haga sus cálculos. La televisión es entretenimiento, espectáculo, y por supuesto negocio, una factoría que emplea a muchísima gente, un sector muy competitivo en donde casi nada se puede dejar al alzar. Ya dijimos aquí que Paolo Vasile había pedido a los guionistas de El Príncipe –el otro gran éxito de la temporada, de público y calidad- antes de decir sí al proyecto, que tenía que haber lío de ropas, amores de fuego, peleas por ella, y así ha sido al milímetro, casi como un chiste que sucede en cada capítulo hacia la mitad, es decir, en un momento dado el inspector Morey va a su apartamento, y el espectador ya sabe que eso significa que Álex González se quita la camisa, enseña el pecho, la dureza de sus carnes, y hasta puede que aparezca su amor imposible, la musulmana Fátima Ben Bareck, Hiba Abouk, y retocen en la cama protagonizando una coreografía de cuerpos bien iluminados, gestos muy medidos de pasión acartonada –como en Velvet, dígase con la acritud conveniente de quien ve en esas concesiones un engañabobos-, y media hoja de guión menos. Cada productora tiene su estilo, y Bambú lo ha esculpido en apenas unas cuantas series salidas de la cabeza, sobre todo, de Ramón Campos y de Teresa Fernández Valdés, que en seis años de vida han dado a la ficción española una calidad que no se conocía. La fórmula de Bambú es tan potente que ya ha derribado a otra de las grandes apuestas de la competencia, haciendo que Telecinco retire de los lunes B&B, con Belén Rueda y Gonzalo de Castro, un trabajo nada menos que de Globomedia, la poderosa y venerada productora que en este país tanto bien ha hecho por nuestra ficción. Justo por eso no se entiende muy bien que B&B apenas aporte nada nuevo y, con todos los matices, sea una revisión del clásico Periodistas. Moraleja. Está bien apostar por lo que funciona, está bien hacer de Velvet otro Gran Hotel en el que de nuevo triunfará el amor, pero ojo, lo legítimo y lo cómodo no siempre es el camino más corto.
La guinda
Supervivientes
Las
maneras del ex presidente cántabro, Miguel
Ángel Revilla, tienen un tinte tan de charlatán, tan populista, tan de
lenguaraz hombre que vende el crecepelo, que al final pasa lo que pasa. Y lo
que pasa es que alguien tan popular –no sólo en Cantabria lo llaman demagogo- puede
encajar en Supervivientes, la
marranada de Telecinco. Por favor, merezco un respeto, ha dicho cuando le han
prevguntado. Pues eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario