Íñigo
(Artículo publicado el martes, 8 de mayo, en diarios del grupo EPI PRESS)
La
cucharilla de Uri Geller, el bigote,
su voz, su reconocida, familiar voz, su talante, su magisterio, su nobleza, su
magnetismo, su soltura haciendo una televisión que hoy en blanco y negro parece
arcaica pero sentó las bases de un entretenimiento que aunó lo que jamás
debería haberse dilapidado por el camino, el sentido del espectáculo sin dejar
de lado la calidad, el respeto por la audiencia, tratada siempre desde una
premisa, que la audiencia es inteligente, el periodismo al servicio de un medio
que no es cualquiera, que es el medio de las masas, Directísimo, Estudio abierto,
Último grito, gigantes de nuestro
pasado, de nuestra memoria colectiva, riesgo y vanguardia cuando no había
necesidad ya que la tele era la tele, al margen de audiencias, haciéndose cada
día, dando pasos por un hilo colgado a un precipicio cuyo fondo no era conocido.
Qué
grande José María Íñigo, qué grande, y ya no está. El maestro de
maestros tenía la grandeza de los grandes, claro, de hacer grande hasta lo más
insignificante porque él no lo consideraba insignificante sino de primera
magnitud. Por eso, además de ser la voz de Eurovisión, como muchos jóvenes lo
van a recordar, se iba a las mañanas del fin de semana con Pepa Fernández y hacían de Un
día cualquiera en RNE un día especial –el sábado, la audiencia, como la
propia Pepa, entró en shock cuando ésta dio la noticia-, o se iba de
restaurantes y daba a conocer recetas golosas en su sección de Aquí la tierra, el gran programa de La 1
o, como algo que sólo pueden hacer los genios, formar parte de la infamia que
cada día perpetra Javier Cárdenas en
Hora punta y salir airoso, sin
mácula. Qué grande, qué grande el gran José María Íñigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario