La
otra mirada
(Artículo publicado el domingo, 13 de mayo, en diarios del grupo EPI PRESS)
No sé si la
conocen, pero La 1 emite programas que pasan ante nuestras narices sin hacer
siquiera un poquito de aire. ¿Saben que la primera cadena emite una serie donde
sale Paz Vega y que se llama Fugitiva? Es tan fugitiva que apenas hace
cosquillas. Fugitiva arranca contando
que en Méjico las víctimas de los secuestros son empresarios, políticos,
artistas, o los familiares de estos, y que algunos no se denuncian por miedo.
De hecho, la señora Paz Vega, que interpreta a Magda, casada con un empresario
de allá que ahora anda acá, en Madrid, cerrando un negocio, es secuestrada
junto a sus hijos, dos ellas y un él. Los secuestradores hablan con el marido
para que pague el rescate, pero le advierten de que no llame a la policía. Así
empieza todo, con una advertencia en la página web de la serie en la que se
recuerda que “no todo es lo que parece”. Vaya si es así. Parece una serie
dramática, de sucesos y eso. Pero si se descuidan sus creadores –y cuenta con
gente de peso como Joaquín Oristrell-
les sale un churro cómico. Iré por partes. La cabecera, pasada por la última
moda de echar mano de imágenes viradas en colores dorados, temblorosas,
imágenes de una ciudad moderna, va adornada con una música que a los pocos
segundos, ¿cómo diría?, escuece, es insufrible. La perpetra una tal Ana Guerra, a la que escucho en otra
cumbre del mal gusto para ampliar sabiduría sobre la mentada y me da
sarpullido. No es que desentone en Operación
Triunfo, de cuya caldera sulfurosa nació, es que las ovejas de mi vecino
salmodian mejor. Qué gran desatino. Luego está la propia Paz Vega. Lleva unos
pelos mal tintados de un rubio muy desganado, y su rostro está siempre así,
como intenso, y cuando habla con ese deje sevillano que quiere ser de Valladolid,
no sabes si habla ella o la chica de las cuatro de la tarde ofreciéndote un
televisor como una catedral para que te cambies de compañía. Paz Vega parece
que habla apretando el culo. No sé si me explico.
Castrati
sin harén
En el reparto
también está el mejicano Julio Bracho,
su marido ricachón, los españoles Mercedes
Sampietro, Roberto Álamo, o Charo López, y un desinterés que
embarga al espectador, a este espectador, del que ya es muy difícil salir. Si
en los momentos de máxima tensión –secuestro, interior del coche con los hijos,
ella contando sus batallitas en ese tono entre ursulina y altiva manola, cambio
de tornas pasando del secuestro a una fuga orquestada por la propia madre,
Benidorm como jungla y final de trayecto-, si en los momentos más duros no te
crees nada, y el desbarajuste parece que se apoderó del producto, lanzado al
precipicio de unos diálogos descacharrantes, poco se puede hacer. Si en
el primer capítulo has claudicado, no hay otra mirada futura más benévola. Los
datos de audiencia de Fugitiva
parecen confirmar que la sensación es general. Por si faltara alguna guindita
al pastel de este fracaso, Fugitiva,
su protagonista, juega a los mensajes feministas de la mujer fuerte frente al
varón cabrón, pero por dios, es todo muy lelo, muy de parvulario. Y esa Paz
Vega que se perdió la clase en la escuela el día que dieron los apuntes de cómo
ser dramática sin parecer que estás sentada en el trono que todos tenemos en el
cuarto de baño. José Mota, de cuyo
regreso tampoco se habla mucho aunque la audiencia está hablando dejándolo en
la cuneta de forma injusta, pone caras más creíbles haciendo el chorra. Pasemos
a otra cosa. No, sigamos con las caras. ¿Han visto la de la señorita Amaia y el señorito Alfred en ese despropósito llamado Tu canción que pretendió conquistar
Portugal con muecas de arrobo por fascículos y voces en falsete de castrati sin
harén a la vista? Ay, qué mal se está portando España con el mundo Eurovisión. Los
jovenzuelos ni siquiera soportan otra mirada.
Gemio
y el alma
No es el caso de
La otra mirada, que da título a esta
pieza. Al fin algo bueno en TVE –déjenme que exagere un poco, ya sé que hay más
cosas buenas en esa casa, la que debiera ser la de todos, y no, lleva tiempo
que no lo es-. De La otra mirada, lo
digo así de rápido, lo único que me echa para atrás es el propio título. La otra mirada tiene nombre de
reportajes de actualidad, de periodismo de investigación que no se conforma con
un primer análisis. Pero no, La otra
mirada es una serie que cuenta, y muy bien narrada, la vida en Sevilla de
un colegio de señoritas, así llamados a principios del siglo pasado, donde el
mundo y las nuevas maneras de la recién llegada profesora –que oculta un plan
secreto, además de otros secretos de su pasado, y que interpreta Patricia López Arnáiz- chocan con
estrépito y perplejidad con las maneras de toda la vida que encarna la siempre
grande, magnífica, adusta y severa cuando se lo pide el guión Ana Wagener, profesora de la vieja
escuela. Apoyando a la primera, la directora, papel que recae en Macarena García, y a la segunda, la
madre de la directora. En mitad, las señoritas, mujeres con toda la vida por delante
y de cuya educación va a depender su futuro, o sea, lo de siempre, como ahora.
Y si todavía ser es importante pero parecer aún más, antes, en la España de
entreguerras, la cosa se multiplicaba. De todo eso, de lo que propone el
capítulo del día, se habla en el programa que viene después, Retratos con alma, otra mirada al mismo
tema, y de nuevo un nombre fallido, cursi. ¿A quién se le ocurrió semejante
pastel? La única explicación es que lo presenta, al modo de presentar que tiene
Gloria Sierra en Equipo de investigación, es decir,
haciendo entradillas a cámara, la gran, la maestra de la afectación y la
pedantería remilgada, la paleta ilustrada, doña Isabel Gemio, oh, que me desmayo. Sé que soy injusto, lo sé, y que
volveré a ver este epílogo a La otra
mirada con más atención y cariño, sin hacer comentarios que tienen más que
ver con su trayectoria –Lo que necesitas
es amor, Sorpresa, sorpresa, o Tengo una carta para ti, tele ochentera cuya
reina era ella- que con Retratos con alma,
pero… Soy como el escorpión, o como Paz Vega hablando, que aprieto el culo y me
ciego.
La guinda
¿Rosarillo
es así?
Vamos a ver, La voz kids es un pastelazo, como casi
todos los programas que trafican con niños. Han leído bien. He dicho traficar,
es decir, comerciar, según la RAE, y en La
voz kids comercian con chiquillos. Pero si el programa es un biberón de
miel, lo de la señora Rosarillo Flores
es el colmo. ¿Esta mujer es así o se lo hace? ¿Cómo se puede ser más cursi, más
simple, más empalagosa, más repetitiva, ay, más hueca?
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