La tele
que los unió
(Artículo publicado el domingo, 15 de enero, en diarios de EPI PRESS)
Proliferan en la
tele los programas de citas como prolifera el mal rollo entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, que cada día dan un pasito más para que no decaiga
el “reallity show” que se han montado para demostrar que la política es
gloriosa y soñadora cuando no te dedicas a ella pero tramposa y fullera en
cuanto alcanzas poder. Cada cadena tiene uno, o dos, o cinco. Los relamidos y
acomplejados, o creyendo que están en la cresta de la ola de la vanguardia
terminológica que copian de las cadenas que hablan inglés, los llaman programas
“dating show”, o sea, programas de citas. Pero no los llaman así porque
programa de citas es anodino y vulgar, y también para enturbiar el nombre y,
con el inglés, pretender elevarlo a una categoría más elevada. Paletos. Bien. Pues como el Fisrt dates de Cuatro, a espuertas, se
llame como se llame el invento. Ya desde los tiempos de Jesús Puente, en la prehistoria televisiva de nuestras pantallas,
se emitió Su media naranja, que
estuvo en antena seis años. Se trataba de averiguar la compenetración entre las
parejas, que unas veces era alta y otras parecía que ni vivían juntas.
Memorable, y relamido, como todo lo que tocaba la señora, fue Lo que necesitas es amor, formato que
emitió Antena 3 y presentó en su primera etapa la divina ególatra Isabel Gemio, que trataba de que
personas anónimas consiguieran el amor o recuperar el que habían perdido. Era
la década de 1990 del siglo pasado. La cosa no ha cambiado mucho. O sí. Tiene
un matiz. En los programas de citas ya no es prioridad sacar de la cita una
pareja. Es más, puede ser lo último que se busque. Se busca, ante todo, brillo
social, que te conozcan, quizá impulsar tu carrera, hacer bolos por las
discotecas del extrarradio, tener los putos famosos quince minutos de gloria de
los que habló un hacha para esto de la fama, don Andy Warhol, o por mera necesidad, que hay que tener lentejas en la
despensa para poder comer.
¿Eso es amor?
Una tal Yurena, antes Ámbar, antes Tamara, y
antes, al principio del tiempo, cuando su madre la parió en setiembre de 1966, María del Mar Cuena Seisdedos, pasó por
First Dates y al conocer al
pretendiente que le tocó dijo que “hacía tiempo que no sentía tanta química”. Le
moló el chorbo que le había tocado en suerte en el especial que el programa
hizo el sábado pasado con famosos de talla monumental como Yola
Berrocal, otra
imprescindible con las tetas bien puestas, a reventar. Ninguna ha tenido suerte
en el amor, pero Carlos Sobera está
dispuesto a remediarlo. Se ve que hay tanta necesidad de emparejarse, tanta
hambre de amor catódico,
y fama esquinera y fungible, que la semana nos deja dos estrenos que se unen a
formatos de amor bajo los focos ya existentes, y en distintas cadenas. Cuatro
es la reina, es la Celestina coronada, la alcahueta postinera, la niña del
exorcista que expele sus vomitonas por la pantalla, la más friki, la friki
entre las frikis. No tiene bastante con Granjero
busca esposa, donde rudos señores han de pelear desde el establo o con el
arado por señoritas finísimas, algunas como si salieran de la barra del
puticlub, relaciones de chichinabo bendecidas ahora por Carlos Lozano, él mismo con olor a naftalina, caduco y machista,
sino que la cadena ha recuperado a la gran Luján
Argüelles para presentar un revolucionario sistema de conquista, así lo
dice la cadena en sus promociones, con Tú,
yo y mi avatar. Enamórate a ciegas, pretende el programa. Deja a un lado
las apariencias y busca el amor de tu vida sin ver el cuerpo del otro. El
pretendiente permanece en el anonimato y tendrá que conquistar al candidato a
través de su avatar. Es la mecánica, lo que da lugar a confusiones, dobles
sentidos, lío, o sea, todo un circo en nombre del amor pero donde el amor es lo
de menos.
Trump y el gitano
Sí, vi la
primera entrega. Me aburrí a la cuarta chorrada. Muy bien montado, muy buena
postproducción, muy colorista, y Luján, como siempre, con su toque irónico,
pretendían que Tú, yo y mi avatar entrara
en casa para quedarse. No se quedó. Nada de lo que veía me concernía. Me
resbalaba. La selección de candidatos y pretendientes, la selección de
avatares, con Patricia Conde como
avatar conocido, y las cosas que les hacían hacer, me resultaban de una
estupidez cansina. Tiene el toque que da Cuatro a estos formatos, el toque de ¿Quién quiere casarse con mi hijo? o Un príncipe para… Cansa. El surrealismo
choni, poligonero y fabricado, que banaliza los sentimientos en nombre del
espectáculo, está fenomenal, pero que no lo llamen amor cuando quieren decir
circo. El mismo día, pero en Antena 3, irrumpió de nuevo la tercera temporada
de Casados a primera vista. Otro
cachondeo. Un equipo de sicólogos, sexólogos, y otras disciplinas, estudian
cada caso, cada aspirante a casarse, hasta dar con su media naranja. Se
conocerán cuando la “lisensiada” mejicana, dentro del hotel, con ofertas todo
incluido, se acerque para leer el acta matrimonial. En la primera entrega
destacó la boda entre un gitano de 24 años y un peluquero de 36. A la boda
gitana gay en Méjico sólo le faltó, como esturreaban las redes, que la
organización hubiera invitado a Donald
Trump. Es verdad que Casados a primera
vista es mero entretenimiento, pero hay un matiz. Quienes van ahí es gente
de la calle, no son ni aspirantes a modelos, ni cantantes frustrados, ni
putillas o putitos con gana de promoción, ni hormonados no admitidos en Mujeres y hombres y otras berzas –otro
de citas donde el amor es de coña-. Pero el clásico de los programas de citas
es La tarde, en Canal Sur, donde Juan y Medio y su bigote son la
alcahueta de toda la vida, nada de Fisrt
dates ni puñetas. Aquí la Rosi, aquí el Manolo. Sin mariconadas. Señor con
señora. Lo de siempre, sin “modernuras”. Y sin avatares ni chuminadas. Sin
efectos ni posproducción de vídeo clip. Que ningún andaluz o andaluza, ningún amigo
o amiga, dice Susana Díaz, ningún
novio o novia, ningún marido o marida, se quede sin amor, calla, coño, Susi, que se te va la olla. En fin, que
lo que la tele una no lo separe la tele.
La guinda
Raíces
El guapísimo Malachi Kirby es Kunta Quite en la nueva e impresionante versión de
Raíces, la mítica serie de los 70,
que enfrentó al espectador a la tragedia de la esclavitud más descarnada
gracias a la durísima historia de este esclavo que luchó por su libertad. La
historia es la misma, pero la narración es arrebatadora, cargada de un poderío
visual que te deja pegado al asiento. En
cuatro entregas, Raíces vuelve a
hacer historia.
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