Monjas y gitanos
(Artículo publicado el domingo, 24 de abril, en diarios de EPI PRESS)
Cuatro exprimió
hasta el tuétano al llamado “colectivo gitano” en su ofensivo producto Los Gipsy King, una kermés que, con
apariencia de ensalzar las costumbres gitanas, lo que hace es ridiculizar a
quien saca porque los guionistas los convierten en payasos para divertir a los
payos, que se quedan locos viendo los disparates a los que someten a las
familias que se prestan a ese carnaval humillante. Así no son los gitanos. Los
gitanos de Los Gipsy King son gitanos
de vodevil, gitanos ricos que se prestan a perpetuar justo lo que colectivos
gitanos concienciados tratan de erradicar como paradigma de grupo. En Los Gipsy King, que hace unas semanas finalizó
su segunda temporada, se da la imagen de una gente burra, inculta hasta el
ridículo, machista hasta la ilegalidad, estúpida, cerril y racista que vive al
margen de todo y de todos, y vale, puede que algunos gitanos sean así, pero
está claro que el programa no pretende indagar en su realidad, aunque, lo que
son las cosas, Los Gipsy King está
catalogado como un “reallity”. Es
mentira. No tiene nada que ver con la realidad. Parte de la realidad de las
cuatro familias elegidas, que viven en un exceso que cansa incluso sin moverte
de casa. Sobre este asunto, sobre el trato que el programa da a los gitanos, me
ha escrito gente gitana contándome que ven el programa con indignación,
sintiéndose humillados, maltratados, vejados, que existe otra realidad. Los Gipsy King lo mete todo en el saco
del espectáculo, sin más. Está claro que no es un documental, que no es un
reportaje sobre los gitanos, que no trata de analizar la cara b, pero de ahí a
caricaturizar con mala leche a los que sacan es un dolor. Hace unos días, el
Consejo Estatal del Pueblo Gitano puso en circulación un vídeo cuya consigna no
deja lugar a dudas, “la telebasura no es realidad”. El dardo, dolorido y por
supuesto envenenado, iba dirigido contra Mediaset, contra Cuatro.
A nivel de dios
Ahora, la mano
que hurga en el cubo de detritos, mece la cuna de la religión. Para eso ha
quedado el catolicismo. Para echar unas risas, como los gitanos de arriba. Quiero ser monja es un bodrio de
programa, una infamia televisiva, un dolor se mire por donde se mire. A ritmo
de música del demonio la voz del narrador presenta, como se presentan las jacas
en una feria, a Janet, Jaqui, Juleysi –por los clavos de Cristo que hay gente que se llama así- Paloma, y María Fernanda, porque “han sentido la llamada a la vida
religiosa”. Las visten con faldita negra, estrecha, y camisa blanca, estrecha,
y a la noche, iluminadas como por velas conventuales, ante el crucifijo, se
santiguan y les hacen decir chorradas del tipo “siento que dios me está
hablando al corazón, así que ya sé más o menos qué camino tengo que tomar”.
Genial. Lleva cinco minutos entre hábitos y ya lo tiene claro. Otra, la tal
Juleysi, dice que “a nivel de dios, Alberto está por aquí”, según la escala que
forma con sus manitas, o sea, un poquito más abajo. ¿A nivel de dios? Yo creo
que esta gente toma algo. En serio. Paloma dice que cuando está en la playa,
cerca del mar, siente como si la abrazara dios, y se estremece. Esta, a “nivel
de” cuelgue, va también como dios. En su loca carrera al sinsentido asegura que
sabe que dios está muy complacido porque ella siga los votos de obediencia y
castidad. El dios de Palomita no quiere, según la chica, intercambio de
fluidos. Nada de ñaca ñaca, nada de ponte así que te voy a poner mirando a
Cuenca. ¿De verdad que dios, algún dios, se complace con que estemos a dos
velas? ¿Qué clase de divinidad es esa? Quiero
ser monja es una de las afrentas más gordas que se le ha hecho en
televisión al catolicismo. En serio. Si han echado mano hasta ahora de
famosillos en apuros que cagan detrás de una palmera en una playa hondureña,
han echado mano de zopencos analfabetos que encierran en una casa para que Mercedes Milá gane un pastón y ponga
caras de ordinaria a la altura del vertedero, o se han cebado con los gitanos,
ahora le toca el turno a cinco señoritas -¿de agencia?- para que, disfrazadas
de monja, suelten paridas en nombre de dios.
Sor Lucía, la guía
El pobre
director del formato, el joven José
Rueda –director también de Los reyes
del empeño, vaya tela-, asegura que Quiero
ser monja huye del morbo, del amarillismo, y que las congregaciones religiosas
entendieron enseguida que no hacían el programa para desprestigiar ni criticar
la religión. No hace falta, querido. O salen monjas, o tronistas. Las monjas
profesionales entendieron, recuerda el director, que el programa quería acercar
la religión a la gente y que entregar la vida a dios es de lo más normal.
¿Cómo? ¿Entregar la vida a alguien que es una entelequia, que sólo existe en el
corazón del que cree, es normal? ¿Y para qué quiere ese ser que le entregues tu
vida? Esto, como he leído por ahí, es un Cura,
monjas, y viceversa. El dios de esta gente es tan exigente que en su
nombre, una monja profesional, que actúa como su portavoz, les dice que tienen
que entregar lo que más quieren para poder seguir a Jesús. Y les pide el móvil.
Oh, no. Esto va en serio. Cuando la dulce monjita tiene el botín, con una
sonrisa perversa, las mira y suelta la bomba, “tranquilas, que esto es una
ofrenda también a ÉL”. Lo escribo así, son mayúsculas, porque sus ojillos
miraron al cielo, buscándolo en el artesonado del techo. Si en Los Gipsy King o en Palabra de gitano vimos y escuchamos cosas que no podíamos creer, y
que tanta gracia hacían, en Quiero ser
monja la linde entre la sensatez y la irreverencia, entre la creencia y el
disparate, entre el recogimiento y la blasfemia es tan sutil que la escena del
requisado de móviles acaba con la frase gloriosa de la monja alférez diciendo
que la caja se pondrá a los pies del señor. Insisto. ¿Qué toman? Sólo han
empezado su carrera televisiva. O portada de Interviú o asiento en Sálvame. O monjas tertulianas, como Sor Lucía Caram, que además de la
llamada de su dios entendió la llamada de Mediaset. Y ahí está, como una bala.
La guinda
Rita, Rita
Ese juez no se
entera. Mira que pedirle al Supremo que impute a la doña por blanqueo de
capitales. La Bien Cardada, Rita Barberá,
es inocente. De todo. ¿O es que no la escuchó nadie el día que, con gesto
sobrado, con sonrisita ladeada de ladina y picarona, lo anunció y repitió mil
veces? Soy inocente, decía, además de hacernos creer que no es dios. Las teles
hacían guardia el jueves en su portal. Pero la diosa, esquiva, no apareció.
Magnífico. Gracias. Rara vez se encuentra la mirada limpia que decía el también granaíno Prof. Heredia Maya. Y es de agradecer
ResponderEliminarMagnífico. Gracias. Rara vez se encuentra la mirada limpia que decía el también granaíno Prof. Heredia Maya. Y es de agradecer
ResponderEliminarGarcias a ti por tu amabilidad.
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