El diputado
-¿Cuánto tiempo tengo, señor presidente?, preguntó el
diputado al subir a la tribuna.
-Ya lo sabe, señoría, el de siempre, contestó el
presidente del Congreso tapando con la mano el micrófono de la sala, cuando
quiera.
-Allá voy, respondió el diputado, va por ustedes.
Se quitó la chaqueta como si estuviera en su casa,
concentrado, y la tiró al suelo, luego se fue desabrochando la camisa poco a
poco, mirando a la bancada del Gobierno. Se hizo un silencio tan dramático que
sólo el clic de algunas cámaras rebotaba en la bóveda del hemiciclo. Una
ministra, tocándose la raja de las tetas, saltó del banco como una gacela
abriéndose de patas en la mesa de las taquígrafas, que ya andaban con una mano
buscándose el coño, y con la otra, zarpeando en la entrepierna del conserje,
que se acercó porque a la ministra se le habían desparramado los papeles de su
intervención en la tribuna, donde el diputado ya había lanzado al aire los
pantalones, y tocándose la punta del capullo que le salía por los calzoncillos
de pernil, se relamía los labios y gemía sin escuchar al presidente, que con
medio cuerpo fuera de su mesa, tratando de alcanzar la nuca del diputado, le
decía que se volviera un poco, que desde arriba no veían nada, que no siguiera
así porque de lo contrario le quitaría el turno de palabra, palabras mayores
para un diputado, que al momento se volvió con la picha mirando a la
presidencia, donde se organizó un pequeño tumulto porque sus miembros, sobre
todo la vicepresidenta, que aún no la había catado, se rifaban al diputado con
mejor polla del Congreso, la más larga, la más gorda, la que más duraba tiesa,
la que iba corriendo de coño en coño, de culo en culo, y de boca en boca hasta
que al final, cuando el Presidente había tenido su ración, el diputado de la
oposición miraba a la ministra tumbada como una marrana en la mesa de las
taquígrafas, y dirigiéndose a ella dando manotazos para apartar a los moscones,
presionando con fuerza la cabeza de su tranca, la soltó en el momento en que el
diputado se corría como un mulo en la boquita de la ministra, que se arrodilló
para comulgar con el debido respeto. Un aplauso unánime y de convicción
democrática recorrió los escaños del Congreso, mientras el resto de diputados y
diputadas se recomponían limpiándose los restos de su desvergüenza.
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