Tutankamón
(Artículo publicado el jueves, 31 de diciembre de 2015, en periódicos de EPI PRESS)
El martes acabó Tutankamón, la miniserie de seis
capítulos, emitida en dos noches por Cuatro, con una audiencia considerable. El
joven actor canadiense Avan Jogia,
bello y tocado por el aire asiático de su padre, construyó un faraón a la
altura de un mito que perdura por los siglos de los siglos. No puedo entrar en
los detalles más científicos, ni comparar lo que dejó la historia con la
recreación de la Tebas de hace más de 3000 años que vimos en la serie. No sé si
en verdad los palacios se construían así y las ciudades eran como las hemos
visto en la serie dirigida por David Von
Acken. Pero cuando te pones a ver una serie como Tutankamón, el rey niño, el pequeño que ascendió al trono y apenas
reinó diez años, no es que rechaces la fidelidad histórica, ni mucho menos,
pero quienes no somos expertos nos basta con que sea verosímil.
Se rodó en
Canadá y Marruecos, sobre todo en las zonas áridas de Uarzazate, al sur del
país, y sobre todo en Ait Ben Hadú, quizá una de los casares mejor conservados,
un ksar bellísimo de adobe dorado, que se eleva en una suave colina bordeada
por el río Ounila. Cuando Tut, el pequeño faraón, llegó al trono, se convirtió
en una amenaza para el visir Ay, que interpreta con el aplomo de su magisterio Ben Kingsley, que para el espectador ya
es Ghandi, Moisés, Lennin, y sin duda el ambicioso y despiadado Ay, un político
sin escrúpulos con tal de conseguir su meta. A la muerte del joven monarca se
convirtió en el penúltimo faraón de la XVIII dinastía. Tutankamón habla de celos, traición, lealtad, de la religión como
estafa y control, de misterio, ciencia, sensualidad, de brutalidad y de
refinamiento. La condición humana no ha cambiado, por eso es tan moderna y
viva.
Impresionante Ait Ben Hadú. Por las callejuelas de esa fortaleza de tierra, una de las más hermosas de Marruecos, en el sur, por Uarzazate, se grabaron muchas escenas de Tutankamón. |
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