Dicho y mal hecho
(Artículo publicado el sábado, 17 de marzo, en diarios del grupo EPI PRESS)
Hala, muy bien.
Un nuevo programa de humor en hora de máxima audiencia, y en La 1. Y con
humoristas de primer nivel. Anabel
Alonso y José Corbacho son una
garantía. Ella hace de jefa, de reina madre, de mente pensante. Él, el
ayudante, el adulador, algo así como el mamporrero que se codea con el pueblo,
o sea, con los concursantes, o sea, Pablo
Carbonell, David Fernández, Elena Furiase, Goizalde
Núñez,
Leonor Lavado, y Secun de la Rosa –esta semana han sido
otros-. Sobre una serie de pruebas pensadas para revolcar a la audiencia de la
risa con su audacia, surrealismo, con su imaginación e hilaridad, arman el
programa. La cosa se llama Dicho y hecho,
pero… Pero no acaba de arrancar. En el teatro donde se ha grabado parece que se
oyen muchas risas, incluso Anabel Alonso está todo el rato partiéndose el lomo
con ese tipo de humor que pretende tener doble sentido, como si el feminismo
fuese la posibilidad de humillar al hombre, lo que degenera en una cosa rancia
y sin chiste.
Cuando en la
pantalla se ríen todos pero en casa te quedas con cara de alpargata, malo. Eso
pasa con Dicho y hecho –apenas un 5%
de audiencia, vamos, un fracaso de La 1 y de Secuoya, la productora-. ¿Saben
qué pasa? Que Dicho y hecho, que
debiera ser ágil, puro nervio, eléctrico, gamberro, resulta lento, pesado, sin
chispa, un quiero y no puedo, hilvanado con un humor antiguo, superado, con un
guión que suena a teatro caduco, de una simpleza agotadora, en fin, un fiasco.
No sé si en próximas entregas, Dicho y
hecho refrescará sus parlamentos, conseguirá hacerse atractivo. Me temo que
no. El comienzo fue nefasto, y no tiene pinta de cambiar. El viernes tampoco
será un gran día para La 1.
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