Curiosa
fama sin prestigio
(Artículo publicado el domingo, 11 de marzo, en diarios del grupo EPI PRESS)
A veces se
enreda uno en la anécdota y no atiende como debe lo fundamental, te fijas en el
brillo reflejado pero no en el foco que da la luz. A lo que voy. Que a veces se
ciega uno con programillas de mesa camilla, de bata y zapatillas de felpa, y
pasas de puntillas por verdaderos manjares. En mi descargo, la hora de emisión,
cuando ya está uno para más allá del arrastre. Hablo de Millennium, una de las rarezas de La 2 que dan sentido a La 2, que
justifican la televisión pública como, por ejemplo, Músicas posibles, de Lara López, en Radio 3, o Longitud de
onda, con Fernando Blázquez y Yolanda Criado, en Radio Clásica,
justifican la radio pública. Digo que los programadores de La 2 parece que a
veces programan con el culito y piensan más en dar por el ídem que en estimular
al espectador. Cuando llega Millennium
y te saluda rozando la una de la madrugada su presentador, Ramón Colom, un hombre del pleistoceno de la tele, un señor que
habla como si pensara que se dirige a una audiencia inteligente, curiosa, que
también es capaz de hacerse preguntas, que tiene criterio y que si ve Millennium es porque merece el sueño
perdido –apenas es seguido por 70.000 personas-, a esas horas, digo, vienes de
haberte tragado cinco o seis informativos, algún que otro cacho de magacín, te
has detenido con el mando donde no debieras porque sabes que te quedarás más
tiempo del aconsejable, que quizá, al ser lunes, te han dado ganas de coger el
primer alfiler que tienes a mano y en vez de pinchar el plasma para pinchar a Caprile acabas pinchándote tú, y que
tal vez, si te has quedado embobado con la vestimenta de Alejandro Gómez, vulgaridad
nominal que su dueño, ante semejante ordinariez, sólo podía cambiar por una horterada aún más
gigantesca como Palomo Spain, a la
altura de sus inabarcables atuendos rurales, epatantes, descacharrantes,
perrunos, dantescos, simiescos, casposos, verbeneros, oclusivos, sincréticos,
cascabeleros, folclóricos, pues eso, que cuando llega Ramón Colom con su
prosodia de hombre antiguo, por reflexivo y profesoral, tiene que interesarte mucho el
asunto del Millennium de hoy para no
darle una patada a la tele y con el impulso caer en la cama y espantar el
fantasma de Ana Rosa Quintana
vendiendo potingues para combatir “los estragos de la edad”, qué pesadilla.
Los
15 minutos
Pues sí, ese
lunes del que hablo, Millennium se
interesó, interesándome, por la cosa de la fama y los famosos. En la exposición
del tema, el director del programa ya apuntó las balas a disparar y habló de
que antes el prestigio iba unido a la fama, y que hoy no sólo no hace falta
sino que el famoso lo puede ser porque sí, sin haber hecho nada especial en su
vida. Ese fue el debate propuesto en Quiero ser famoso, que contó con Alaska, que dejó clara una cosa. Cuando
esta señora va sola a la tele, sin ese abstruso apéndice que la acompaña en
demasiadas ocasiones llamado Mario
Vaquerizo, resulta una mujer inteligente, pero cuando acude a un plató con
él, se achica, se deja abducir, y resulta tan banal y absurda como su lerdo
esposo. Dijo Alaska, recordando a Andy
Warhol, que todo el mundo puede aspirar a ser famoso, a tener su momento de
gloria, pero que todo dependerá, sea un chapero o una diva de la canción, de su
carisma. El paparazzi Antonio Montero se quejó de que su
profesión, la de periodista de crónica rosa, está en retirada porque hoy,
cualquiera, con un móvil en la mano, puede hacer ese trabajo. El profesor Eloy Fernández, lúcido, irónico, divertidísimo,
habló de la fama efímera del ministro o la ministra, con sus 15 minutos de
infamia, y de la fama volátil, episódica, de quien concursó en el “reality
show” del martes pasado y cuyo nombre nadie recuerda. Estaba también en el
plató Carmina Jaro, directora de Corazón, el programa de ídem de La 1 que
ha hecho de Anne Igartiburu un icono
de lela y ñoña pero elegante figura si la comparamos con la vulgaridad de
propuestas parecidas en otras cadenas. Con tino y olfato de experta, Carmina
distingue entre el famoso bufón, el famoso petardo, o el famoso que nace con la
fama puesta –que también puede pillarle todo, petardo y bufón- si nace como
famoso de cuna en una saga familiar conocida.
Zafios
momentos
Para ir al grano
y la pus, pensemos en sagas como la Preysler,
matriarca hoy elevada al altar de la distinción y la distante exquisitez que ha
sabido gestionar su fama justo por haber sabido dosificarse y huir como una
leona de la fama cutre, de la fama vulgar, de la fama del populacho que mataría
por los quince minutos de gloria mentados. Ella aspira a una gloria que nada
tiene que ver con famosillos de mercadillo. Nunca fue tan fácil ser famoso como
lo es hoy. A la vista está. Idea que Antonio Montero relaciona con la tele, con
la audiencia, con lo que vende. Y lleva razón. Se podrá ser un eminente
científico, pero ni tendrá fama ni ganará el dinero ni se lo disputarán las
cadenas –bueno, alguna cadena que vive con esa podredumbre social- como sí
ocurre con personajes nacidos en las cloacas, elevados a una gloria chusca,
faltona, ruda y sin prestigio como productos de usar y tirar dispuestos a todo.
Incluso a la estafa en connivencia con algunos medios que amparan el conocido
como “montaje periodístico”, es decir, la mentira vendida como verdad, como
espectáculo. No es raro que mucha gente, muchos ciudadanos que no están al loro
de algunos vertederos televisivos no conozcan a nadie de los famosos de última
hornada, dueños de fama tan democratizada como vulgarizada. Pongamos dos
ejemplos. Uno, asómense con pinzas en la nariz a la lista de los Supervivientes de Telecinco. Y dos. Una
tal Carmen Gaona, me entero que
mujer de Chiquetete, chabacana,
ordinaria y zafia, manda “a tomar por culo” a Paz Padilla en directo en el vertedero de Sálvame, y no contenta con el piropo, y a raíz de uno de esos
comentarios barriobajeros de la tosca presentadora, la otra, al teléfono, le
contesta, “chumino, tu puta madre”. Señor, te lo pido de rodillas, si estas y
otras pájaras, si este tipo de carroña simboliza la fama en nuestros días, aléjame
de esa luz tenebrosa y pestilente. Por favor.
La guinda
Bambú
y Cannes
La productora
ejecutiva de Bambú Producciones –Velvet,
Gran Hotel, o la trepidante,
excelente y cada vez más potente Fariña-,
Teresa Fernández-Valdés, recibirá en
unas semanas una medalla en Cannes por los organizadores del MIPTV, una especie
de feria del mercado audiovisual que reconoce el trabajo de la española, que ya
fue elegida como una de las 20 mujeres más influyentes del mundo de la tele
mundial. Lo merece.
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