¡Wow!
(Artículo publicado el jueves, 28 de diciembre, en diarios del grupo EPI PRESS)
Dan ganas de
estrujarlos o de escupirles de tan patéticos. Los vemos en un bloque para la
publicidad en Espejo público. De
repente el debate en la mesa política –esto no es un colegio, es una guardería,
se quejaba el otro día con amargo cachondeo, entre risas y ese humor contagioso
que tiene la premiada con un Ondas Sussana
Griso-, pues eso, que el debate se detiene para ir a publicidad, y ahí
están ellos, que se levantan de sus asientos y se dirigen a una esquina del
plató para vendernos la burra de una compañía telefónica. Son Albert Castillón y Cristina Fernández, unos cachondos que se montan el teatrillo de la
fibra óptica y las ventajas de pasarse al enemigo de tu compañía de toda la
vida con un entusiasmo rácano, mecánico, de media solvencia, vamos, que les
importa un espárrago verde el mensaje.
Otras estrellas
de más alta responsabilidad, véase la propia Griso, venden pasta para ensalada
que se convierte en pasta para su cuenta bancaria, incluso Pablo Motos, que no lo necesita porque él sabrá el jornal que lleva
a casa, se baja de la moto para, como un simple mortal, o unas simples
hormigas, anunciar lo que le pongan por delante, que suele ser un contrato de
publicidad muy apetecible. Hasta la chabacana Paz Padilla se tira al colchón de látex para llevarse unas
perrillas extra a casa. Al final, como dicen en su teatrillo Albert y Cristina,
todos dicen ¡wow!, que es lo que le hacen decir a esta pareja de periodistas
que deberían de haber pasado por una escuela de interpretación porque, la
verdad sea dicha, esos ¡wow! que deberían ser de euforia llegan al oído del
espectador más desganados que la audiencia de la misa del domingo. Todo por la
pasta.
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