Otra
tele fue posible
(Artículo publicado el domingo, 5 de febrero, en diarios de EPI PRESS)
Hace unos días,
coincidiendo con la emisión de un nuevo capítulo de Cuéntame en La 1, la televisión pública emitió otra entrega de Ochéntame otra vez, un repaso nostálgico
e informativo que va pegado al rastro de los contenidos de la serie madre
hablando de la tele de aquellos años, de los ochenta. En Ochéntame otra vez se habla de programas, de invitados, de gente
allegada a los equipos, y se echa mano de quien lo vivió para hablar de aquella
forma de hacer televisión. Entre la gente que pasó por la entrega mentada esa
noche está Mercedes Milá, que habló
de su paso por TVE en una época en la que fue referente de televisión de
calidad. Y salió el “tema Gran Hermano”.
¿Cómo es posible, le preguntaba la gente pasados los años, que hagas televisión
basura, que se vuelque en Gran Hermano
alguien que ha hecho una televisión de tanta calidad? Muy fácil, contestó, porque no veíais
las entrevistas, cabrones. Es decir, que los distintos programas que luego
haría Milá, incluso en otras cadenas, no alcanzaron la audiencia necesaria,
había que seguir comiendo, y llegó Paolo
Vasile con el cheque en la mano, se lo puso delante, y La Merche corrió tras el capo como un corderillo. Legítimo. O sea,
cosa de dinero, como siempre pensé. Por cierto, Mercedes Milá es la nueva
Torrente, o mejor, el nuevo Santiago
Segura. ¿Recuerdan a este señor con sus camisetas, sus dedos en v, su
sonrisa falsa, y su manera de promocionar los mojones de la saga de sus pelis? Pues
doña Merche, igual. Programa al que la invitan, programa al que acude con la
ropa de promocionar Convénzeme, su
programa de animación a la lectura, sí, sí, como suena, o sea, lectura de libros,
que emite B Mad, del emporio Mediaset, o promocionando su librería. La vi en Ochéntame con su camiseta blanca y el
logo del programa, y la volvimos a ver hace unos días en su paso por El hormiguero hablando del programa y de
su negocio. Mercedes Milá es como los chicos-cartel que vemos por las calles
con pancartas colgadas donde se lee “compro oro”. Propaganda activa. Dio
espectáculo en lo de Pablo Motos,
que consigue trofeos muy llamativos.
Por el morro
Lo que no
consiga Pablo Motos no lo consigue nadie en este país. Hay que rendirse a sus
encantos. Con el ji ji, ja ja, se lleva el gato al agua como el que mea, o como
el que absorbe un litro y medio de agua por vía anal, como le dijera Camilo José Cela a Mercedes en una de
sus entrevistas que ya son parte de la historia de la televisión, y que Ochéntame otra vez volvió a recordar.
Claro que nadie traga por el culo agua, pero Cela era un escritor que llevó a
la práctica la idea de que se tiene que hablar de ti, aunque sea para mal. La
mirada no hay que ponerla, decía en Ochéntame,
en el que escandaliza sino en el que se deja escandalizar. Otro eminente
escritor que cultivó su personaje con tanto afán como sus columnas fue Francisco Umbral, cuyo “aquí he venido
a hablar de mi libro” no sólo ha pasado a los momentos memorables de la tele
sino que se ha instalado en el uso cotidiano para ir al grano, para centrar la
conversación, para dejar claro que si alguien va a un plató a vender libro,
película, teatro o música, hay que hablar de libro, película, teatro o música,
o programa de tele, como dejó claro la propia Milá. O como puso de condición Isabel Pantoja para acudir al plató de
las hormigas, que se hablara de su disco. Eso está hecho, dijo Pablo, incluso
no hay problema en grabar el programa y emitirlo en diferido, otra condición de
la mamá de Paquirrín. Lo que quiera
Isabel, la más deseada después de Bárbara
Rey. Fue tan rentable su presencia en El
hormiguero que no sólo arrasó en audiencia sino que se llevó el mes. La
cadena de Paolo Vasile es tan fétida, su desprestigio es tan monumental, y su
apuesta por el mal gusto y la bronca barriobajera tan aburrida y tan
esperpéntica que para llevar delincuentes a sus platós ha de sacar la billetera
como saludo. Es una afrenta que Isabel hable con unas hormigas por el morro,
sin cobrar un euro. Toma, Vasile.
Paloma Chamorro
Contaba hace
unos días el crítico de televisión Antonio
Sempere, uno de los invitados de Ochéntame
otra vez para recordar aquellos años de televisión, que el programa sólo
quería desempolvar una forma de hacer las cosas y que marcaron una época,
pero con un matiz, una época en la que
la televisión pública era el referente al que mirar, por su calidad, en
general, y por estar a la vanguardia. Hoy sería impensable programas como el de
Terenci Moix Más estrellas que en el cielo, que entrevistó a Lauren Bacall, Kirk Douglas, Gina
Lollobrigida, Francisco Nieva, Torrente Ballester o Carmen Martín Gaite. Y en hora de
máxima audiencia. O programas como Viaje
con nosotros, un gran y sonado escupitajo, una provocación, la irreverencia
personificada que encarnaba cada semana un histriónico e inspirado Javier Gurruchaga, que hacía de la tele
pública un laboratorio de propuestas que elevaban el concepto de programa de
entretenimiento a categoría de obra de arte. Hoy la tele pública, La 1, con esa
estúpida premisa de la castrante corrección sin matices apuesta por cuchufletas
de una estupidez insultante como Hora
Punta, con un Javier Cárdenas
sin fuste, o El gran reto musical, un
sahumerio oficiado por la inane e impersonal aunque mona Eva González, ejemplo de lo que vengo diciendo, presentadora de
tele ñoña, facilona, que no hace daño ni molesta –a mí, y seguro que a millones
de callados espectadores, sí-, que se consume sin piar, que llega a casa y
resbala sin más. Justo en el momento en que escribo esta pieza me entero de la muerte
de Paloma Chamorro, mujer que
simboliza esa época dorada donde otra televisión fue posible. Por algo La edad de oro se llamó así visto desde
nuestros días y comparada con lo que hoy se entiende por apoyo a la música, la
cultura, y la creación en general. Apoyo que lideran blasfemias como La voz, Got talent, Tú sí que sí,
y parecidos engendros en hora de máxima audiencia.
La guinda
Dani y Goya
Otro año Dani Rovira presenta la gala de los Goya del cine español. TVE
lleva días promocionando la cita con divertidos anuncios en los que el actor
malagueño no sabe qué hacer. Llega a tener hasta pesadillas. Se ha convertido
en la Rosa María Sardá del evento
más importante de nuestro cine en su versión más festiva, y con el apoyo de la
audiencia. Si Rajoy fuera a ver cine
español ya sería la leche.
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