Mediocridad
(Artículo publicado el sábado, 11 de febrero, en diarios de EPI PRESS)
No hay que
conocer a Javier Cárdenas para darse
cuenta de que estamos ante un señor que se las gasta como el tiquismiquis que
husmea como un sabueso por el mundo para saltar como una liebre en cuanto
alguien lo mire mal. Este hombre no soporta la crítica, salvo que sea para
adularlo y reconocer que se cae rendido ante su lengua de trapo, ante sus
iluminadas chuminadas, o ante su figura de galán que forma arquitecturas de
pelo para disimular la pista de aterrizaje de sus entradas infinitas en una
frente tan despejada que se puede escribir el guión de su nefasta Hora punta, un programa tontito para una
tele que es nada menos que la tele pública. Si hablo aquí del físico del
presentador, que trato de obviar en mis comentarios, como es lógico, es porque
él mismo da la sensación de que lo pone como un valor a añadir a los contenidos
del programa con ese aire de tío sobrado y suficiente que al final resulta
patético, trasnochado y presuntuoso.
Podría
preguntarse, con razón, si esta es toda la crítica que se puede hacer a Hora punta y a su presentador, el señor de trópica
dicción. Ni mucho menos, pero hoy traigo aquí el lado del tiquismiquis del
principio que salta como un podenco sobre quien ose comentar o parodiar –en
negativo- su trabajo. O ni siquiera eso, basta con que Buenafuente diga en Late
motiv, en 0#, que si “quiere volver a ver televisión de los 90 ponga el
programa de Cárdenas en TVE”. El uso que este gañán de playa hace de la tele
pública no es culpa suya sino de quien lo consiente. Ha hecho de ese programa
una vulgar cita con vídeos de internet al peso. Y usa la tele pública para
solucionar asuntos personales de la peor manera. Su fatuidad es tan avara como
la de cualquier mediocre con gorra y silbato.
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