miércoles, 4 de diciembre de 2013

Maldeojos. Qué putada



Qué putada
(Artículo publicado el martes, 3 de diciembre, en diarios de Editorial Prensa Ibérica)

      Han tenido que salir a calzón quitado a desmentir ¿el bulo? Como sabrán, porque la tele echa pus y más decibelios que de costumbre, estos días salen de la cárcel quinquis de diverso pelaje. Unos entraron para pagar deudas como terroristas, con muertos a sus espaldas. Otros, para pagar deudas como criminales, con muertas o violadas, y a veces las dos cosas, a sus espaldas. De los primeros se ocupan las tertulias políticas, con sus correspondientes bandos, es decir, los que apelan al cumplimiento sin matices de las leyes, aunque la derogación de la Parot ponga en la calle a indeseables, y los que berrean lo contrario. De los segundos, de los quinquis sanguinarios que violaron o mataron a mayores o chiquillos, se ocupan los carroñeros que fortalecen la audiencia de damas tan finas como Ana Rosa o Susana

      La semana pasada salió a la calle Miquel Ricart, único condenado por el triple crimen que se llevó por delante a tres niñas en Alcásser. Aquel crimen, en noviembre de 1992, conmovió a un país hasta que dos meses después se halló el cadáver de las criaturas. La televisión fue un festival de cuervos en busca de carne podrida que picoteaban en las heridas, cayera quien cayera. Nieves Herrero, que entonces hacía en Antena 3 De tú a tú, cubrió de mierda el periodismo usando el dolor como espectáculo nauseabundo. Hoy, temiendo que la publicidad vuelva a huir, el emporio de Vasile ha dicho que ningún programa suyo dará “minutos de gloria a un asesino tan repudiado”. No lo creo. Quizá no le paguen –para no volver a las andadas-, pero lo rondan. Qué putada no poder hincarle el diente entero. En exclusiva. Con dinero. En nombre del periodismo.

La dama de las basuras, doña Ana Rosa Qintana, temiendo una huida publicitaria, corrió -sin temor a despeinarse porque ella no gasta laca, se la bebe- para decir que ni mucho menos, que por dios, por dios, que cómo se le ocurre a nadie, que en su finísimo programa ella no se codea con... puaf, perdón, es que estoy manchando el ordenador con la arcada que ha brotado de lo más íntimo de mi cuajo.

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