Antonio, el niño de
Gambeta
Antonio, en el barrio limeño de Gambeta. Foto: Ángel Fernández Saura |
Gambeta. 1979.
Año internacional del niño
Gambeta es el reino de las ratas. No existe red de alcantarillado y las
aguas fecales discurren por surcos callejeros. En Gambeta el aire huele a
basura. Construido sobre lo que fue uno de los vertederos más grandes de la
ciudad. “El montón”, este mísero barrio de Lima, es un claro exponente de la
emigración rural a la capital, buscando el falso tesoro de la prosperidad,
debido al olvido de las instituciones locales hacia el medio rural.
En Gambeta no hay jardines. No hay flores, ni plantas, ni árboles, su suelo
es gris y sucio como el cielo de Lima. Las moscas y cucarachas sustituyen a las
mariposas. En Gambeta no hay aceras, ni el suelo está asfaltado. Las ráfagas de
viento levantan el polvo maloliente haciendo bailar como extraños pájaros bolsas
de plástico y papeles. Los famélicos perros escarban aquí y allá buscando despojos.
Las casas construidas con materiales de desecho se alinean en improvisadas
y sinuosas calles bajo una maraña desordenada de cables y antenas de
televisión. Gambeta es el reino de las gaviotas, surcan el cielo del barrio
junto a los jets del cercano aeropuerto y disputan el territorio a las ratas y
a los cerdos que se alimentan en el vertedero vecino.
Gambeta es el reino de la pobreza, no hay tiendas ni juguetes. En una de
esas míseras casas y en lo que pretende ser su patio, semidesnudo y descalzo,
está Antonio, un niño Down, que sus padres tienen atado por el tobillo a una
estaca, para que no estorbe. Al verse fotografiado, Antonio, no dice nada, no
pide nada. Sólo sonríe.
Gambeta es el reino de la tristeza.
Gambeta es el reino de la hipocresía humana.
La foto de Antonio, y su historia, me la envió hace dos días el fotógrafo Ángel Fernández Saura por si quería
contarla en el blog. Me dejó paralizado. Me paralizó la foto, la historia, y el
hecho en sí, la generosidad del fotógrafo al enviar un documento de su archivo
de tanto valor social para compartir con los lectores del blog. En cuanto vi la
carita de ese niño, que hoy, si aún vive, tendrá cerca de 40 años, tuve la
impresión de que no se trataba de un ser humano sino de un animalito que no
sirve para nada, que no se sabe muy bien qué hacer con él, y entonces se ata.
Hay que fijarse en esa cuerda que va de su tobillo al palo hincado en el
suelo. Hay que fijarse en el dolor de ese plato de lata abollada donde sus
padres le irían poniendo agua, agua que al cabo del día sería una mezcla de
ponzoña, con polvo, con plumas de aves, seguro que con restos de comida o pelos
de las ratas que se acercarían a beber ante la mirada ingenua de Antonio, el
niño de Gambeta. Hay que fijarse en esa mísera desolación de cañizos tirados,
en esas viviendas donde nada sirve y todo se conserva, en esa inmensa soledad,
tristeza y desamparo.
Ser pobre es terrible, ser pobre y niño, aún más, ser pobre, niño, y tener
carencias mentales en ese reino limeño es insoportable. Viendo a este niño apenas
cubierto por andrajos es ver al resto de criaturas que pueblan el mundo en
estados parecidos. Antonio, el niño de Gambeta, es un símbolo que no tiene
edad. Está ahí al lado, frente a nuestras miradas. Y nuestras conciencias. Pero
no tengamos sensación de culpa. Eso es lo que quieren los bárbaros, los
dirigentes sociales, los cuatreros económicos, los gánsteres que trafican con
nuestros sentimientos de ciudadanos sensibles. La culpa no es tuya, ni mía. Hay
que señalar con el dedo de la rabia y la furia a esos ámbitos de poder donde se
decide qué color, sabor, olor, miseria, qué grado de enfermedad, qué nivel de
abyección, qué punto de sometimiento y humillación corresponde a cada época.
Ellos, esa gente sin rostro, son los culpables de los Antonios de Gambeta
repartidos por este mundo selvático ejecutado al milímetro por Gobiernos
sometidos a las directrices de unos tipos sin alma.
Gracias, Ángel, por esta llamada de
atención.
Ángel Fernández Saura
Ángel
Fernández Saura viene trabajando el mundo de la imagen desde mediados de los
años setenta. Sus diferentes acciones le sitúan como uno de los mejores
fotógrafos de la región de Murcia en los años ochenta, abarcando
profesionalmente campos como el diseño gráfico, la fotografía de reportaje y
las colaboraciones con algunos medios de la región, compaginados con su labor
artística. Un excelente cierre –por el momento- para el ciclo de Los Molinos
del Río, que ha pretendido dar a conocer, sobre todo a las nuevas generaciones,
la obra y especialmente el contexto social y cultural en el que desarrollaron
su actividad los fotógrafos nacidos en los años 50
(Tomado el
texto sobre el fotógrafo de la web cultural La Culturería) http://www.lacultureria.com/arte/noticias/item/5332-la-mirada-de-%C3%A1ngel-fern%C3%A1ndez-saura-cierra-el-ciclo-%E2%80%98fot%C3%B3grafos-originarios%E2%80%99.html
https://www.facebook.com/angel.fernandezsaura.9
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