Trono
gay
Telecinco, como
sabemos, está en todo. No se le escapa una. Si hay cacho, pilla, como todo el
mundo. Creo que por estas fechas un programa de los suyos, con sello propio, es
decir, marca inconfundible de la casa, cumplió 1.000 programas. Mujeres y hombres y viceversa es el
mentado. Sé que lleva en emisión mucho tiempo, que se emite después del baño de
narcótica realidad que le da a la audiencia Ana Rosa Quintana, que Emma
García lo presenta agarrándose al micrófono como quien se agarra a una
estaca sentada, y abierta de patas, desde las gradas, entre el gallinero, y que
en el plató unos cuantos chonis de plexiglás y unas cuantas chonis de idéntico
material actúan como buscando el amor, y que otros cuantos maduritos tienen el
papel de “expertos del amor”, y que de vez en cuando hay alguien al que nombran
tronista.
Jamás he visto
un programa entero, ni siquiera cuando empezó. Ignoro la mecánica, no sé si
buscan a los hombres y a las mujeres en el mercado de bestias, en los gimnasios
de barrio, y tampoco sé si el premio, si es que hay premio, es en metálico o en
especie, si se tiran al cámara o si luego cenan y retozan con la peluquera del
programa. Cuando he tratado de corregir esta imperdonable laguna de
comentarista irresponsable, siempre he sentido lo mismo, un aburrimiento del
carajo. Y lo he dejado. Me pasa lo mismo con el programa que le sigue, De buena ley, que supongo seguirá con el
mamarracho de jugar a abogados, jueces, y jurados. Tampoco le pillo la gracia.
Bien, ahora, y a requerimiento de la presentadora, ayudada por el sueño de un
tal Valerio Pino, concursante de
alguna infamia, es posible que la mierda logre la igualdad de poner a un
maricón como tronista.