Esteban
“for president”
(Artículo publicado el domingo, 4 de diciembre, en diarios de EPI PRESS)
A los pocos días
de la elección de Donald Trump como
presidente de EEUU los jefes de Big
Brother USA hicieron llegar a la casa de los encerrados el eco de esa
actualidad. Reunieron a los concursantes en el salón. La voz de una mujer,
supongo que similar al papel que cumple aquí la figura del conocido como El
Súper, les dijo que les iba a decir algo muy importante que afectaba a la
nación. Antes de soltar la bomba, La Súper USA mareó la perdiz tensionando el
momento. Los concursantes se rebullían en sus asientos. Y clamaban, por favor,
por favor, por el nombre, si Hillary
Clinton o Donald Trump. Al final, abrió la espita y soltó el nombre, Donald
Trump. Silencio. La cara de todos los encerrados se petrificó. Por unos
momentos pensaban que era una broma, pero La Súper no dio opción. De repente,
los ojos de los seis concursantes se abrieron como paraguas bajo la tormenta, y
se buscaban entre ellos tratando de resguardarse del impacto. Nadie mostró
alegría. Incluso uno de ellos preguntó, seguro que en nombre de todos, si era
posible quedarse en la casa, encerrados, cuatro años más. Cuento todo esto
porque esa sensación ha recorrido y recorre una parte del mundo, aquella que no
se reconoce ni en Vladimir Putin, el
jinete ruso que recorre las estepas heladas con el pecho al aire, ni en Marine Le Pen, envalentonada con los
nuevos aires, esos que poco a poco dejarán de avergonzar aunque digas que los
abrazas con tu voto con la quijada así, retadora, como una mula terca que no
mira donde pisa porque sabe que tiene la fuerza, ni en Viktor Orban, el primer ministro húngaro, ese que escupe odio y
levanta miedo con su verbo de fuego, ni se reconoce en esos partidos más allá
de la derecha que apelan a un mundo en que el otro, el distinto, es el enemigo.
El titular de arriba, Esteban for presidente, creo que está claro. Esteban es
Belén, y Belén es Belén Esteban.
Supongo que recordarán que hace apenas unos meses, quizá un año, y de forma
recurrente algunas épocas, se jugaba con la posibilidad de que esa palurda
endiosada por la televisión se presentara a las elecciones, comentario que se
hacía dando a entender lo estrambótico, e imposible, de tal disparate.
La tele que lo cebó
Hoy no sería tal disparate.
No sólo que se presentara sino que las ganara, visto lo visto. Donald Trump es
otro producto de la tele. De hecho, la prueba, y el honor de llevar a un
pollino muy listo a una alcaldía principal que se metió en política como el que
invierte en un negocio culebreando por los resquicios del sistema fue Jesús Gil, que su dios lo tenga alejado
de la gloria, o que lo martirice con huríes de tetas endiabladas y sexos de ardiente
ámbar y él, arrugado y enloquecido, note que su impotencia le ridiculiza y
hasta su caballo, Imperioso, cocea como una liebre descojonándose del fanfarrón
en su tumba. Decir Jesús Gil es decir Marbella, jacuzzi, mafia, Telecinco,
jacas en bikini, oros, robos, chistes zafios, palmaditas al bufón popular,
conexiones en directo, vergüenza, mucha y desoladora vergüenza, estafa, saqueo,
y condena judicial por el robo del arca pública sin asomo de culpa, con la
chulería del gánster acostumbrado a escupir de lado. Jesús Gil sabía engatusar
al ignorante, y al preparado sin escrúpulos, con una verborrea que los
políticos de profesión no usaban. Ya se sabe, usó el mantra que no falla en
cada uno de los mil programas que le dedicaban, conceptos simples para problemas
complejos. Y él, mientras, engordando. No sólo su buche de ogro peludo sino
engordando su personaje. Como Trump, el primer presidente yanqui que lleva más
maquillaje que la “First Lady of the United State”. Experto en “reallities
shows” y organizador de Miss Universo, decía Antonio García Ferreras en la presentación de un reciente La sexta columna, Yes we Trump, un tipo
mentiroso, egocéntrico, vanidoso, xenófobo, machista, ha conseguido seducir a
millones de votantes. La ascensión de Donald Trump, decía el narrador en el
reportaje, que se edita con una banda sonora de primera calidad, no se entiende
sin su pasión por la tele. Y allá vamos. La tele cebó al monstruo. Hasta que
tuvo vida propia. Cuando empezó a dar miedo a sus múltiples creadores ya era
demasiado tarde.
Yes, we can
Veamos parte de su historial
catódico. En 1980 vendía en la pantalla su cara de tipo con éxito, un
multimillonario que construyó una torre con su nombre como un faraón rubio, y
las cadenas se lo rifaban. Pero Trump quería más, y como la realidad se le
quedaba estrecha dio el salto a la ficción. Se codeó con Will Smith, cuando El
Príncipe de Bel Air ni conocía a Pablo
Motos, jugó a ser una estrella de Pressing Catch, donde hacen coreografías
y teatro dos forzudos y Donald podía sacar al “showman” que lleva dentro,
colaboró en el cine más de doscientas veces en cameos que hoy se devoran, Woody
Allen contó con él en Celebrity, 1998, donde dijo que quería comprar la
catedral de San Patricio, quizá para derribarla, decía con ironía, para
levantar una estructura polivalente y audaz, pero su fama en televisión alcanzó
tanto nivel que hasta tuvo su propio espacio, El aprendiz, un “reallity” donde él se convertía en modelo a
seguir, y hasta tiene una estrella con su nombre en la Paseo de la Fama de Los
Ángeles. Jimmy Fallon lo ha llevado
muchas veces a The tonight show, de
la NBC, aunque ahora se tendrá que conformar con su gran imitador, Alec Baldwin. En una de sus últimas
visitas, ya en campaña, dejó que el cachondo presentador comprobara que el pelo
de mazorca de Trump es de verdad, y lo removió con su mano, momento que dio la
vuelta al mundo. Todo por el espectáculo. Yo soy el espectáculo, piensa Donald.
Hasta hoy, cuando el gesto de medio mundo y de otros tantos estadounidenses se
quedó congelado, como los concursantes de Big
Brother USA al saber lo irremediable. Así que visto lo visto aún estamos a
tiempo para que España fabrique su Trump. La tele, Aguirre y allegados se lo están currando. Y los partidos “normales”
aún más. “Yes, we can”. Ánimo.
La guinda
A voces
Por casualidad, en casa de
unos amigos, y como atrapado por educación en la red de Gran Hermano, que jamás veo por dignidad, asisto a un griterío de
maleducados que se relacionan en la casa dando alaridos. Me pone muy tenso esas
escenas de chabacanos. Luego, en La Sexta, aún colea Pesadilla en la cocina, donde Chicote
trajina el fogón que llevan unos hermanos italianos que se hablan a voces, a
grito pelado. No lo aguanto.
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