El tío de la cabra
(Artículo publicado el martes, 4 de octubre, en diarios de EPI PRESS)
De paso por
Valencia, el sábado me encontraba en casa de amigos. Al cuarto piso, en una
gran avenida, cuando al atardecer la luz pinta las cosas con un brillo de yema
de huevo, y como parece que el verano se ha instalado para siempre, el ruido
amortiguado del tráfico se colaba por las ventanas, pero de repente un nuevo
elemento se incorporó al festival. ¿El tío de la cabra? El tío de la cabra,
pero sin cabra. Me asomé al balcón. El extraño pasodoble salía de aquel teclado
sin afinar sin dar opción a la voz de una mujer que trababa de encajar la letra
de cualquier manera. Eran tres. Supuse que el padre, la madre, y un crío que
iba por las mesas de la terraza del bar pasando al gorra. Cuando el nene acabó
de recoger la calderilla el carrillo de la orquesta atronadora se perdió en
busca de otra calle, de otra esquina, de otra terraza donde la gente empezaba a
cenar.
Supuse que al
mismo tiempo, a cientos de kilómetros, Mariano
Rajoy encendía un purito sin apenas moverse del sofá con el mando de la
tele en la mano yendo de aquí para allá, sin buscar nada concreto. Estaba
harto. Había sido un día agotador de sillón viendo el bucle sin fin en que La
Sexta convirtió Al rojo vivo, cansado
de ver a Antonio García Ferreras dramatizando
las noticias que llegaban de La guerra de Ferraz, como tituló ese programa que
parecía no acabar dedicado a una cosa llamada comité federal del PSOE. Del
interior de la casa de mis amigos escuché un ven, ven rápido. Pedro Sánchez ha dimitido. Rajoy
encendió otro puro. La merluza de la cena ya estaba en la mesa.
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