Aquí mando yo
(Artículo publicado el domingo, 8 de mayo, en diarios de EPI PRESS)
Qué clase de
crítico es un crítico que habla de un programa que ya no se emite y que duró
menos que una visita de Rajoy al
Congreso para dar explicaciones de su gestión al frente de un Gobierno que pone
el cazo para cobrar a fin de mes pero se tapa la boca por si entran moscas. Hablo
de Aquí mando yo, del que Antena 3
sólo emitió un programa. Quien manda en el mando es el que manda. Eso lo sabe
todo el mundo. Quien manda en el mando es quien maneja la barca. Dime quién
tiene el mando y te diré quién manda. Y así todo el rato. Antena 3 estrenó Aquí mando yo hace unos viernes. Un
fracaso que no llegó ni a la audiencia de Dos
días y una noche, el programa de los
viernes por la noche de Susana Griso,
que hacía una especie de En tu casa o en la
mía –siempre era la del invitado-, con hospedaje incluido. Se fue sin mucha
polvareda y Aquí mando yo llegó aún
peor. ¿Quién quiere ver a gente viendo la tele? Esa era la propuesta. Tú, en casa,
te metes en la de los otros para ver quién manda en el mando, qué comentarios
hacen ante este u otro programa, o qué caras ponen. Quitado el factor sorpresa,
lo demás es un aburrimiento. Es un programa sin tirón. No te lo crees. Tiene
más interés la ida de olla de cualquier profesor de filosofía que los
comentarios ante la tele. Claro que si nos ponemos filosóficos habría que
estudiar por qué hay gente que mira a gente que se encierra en una casa y se
tira en un sofá tocándose la flor en un bucle sin fin. Una de las elegidas por
el programa para ver sus reacciones, Carolina
Iglesias, joven llamémosla deslenguada, llamémosla avispada, o resumamos
llamándola como ella quiere, o sea, youtuber, ironizó al enterarse de que
Antena 3 suspendía la emisión diciendo que hubiera triunfado si se hubiera llamado
Aquí manda mi coño. Es lo mismo,
pequeña.
Ágatha, la pavipija
Antena 3, cuando
vio el morrocotudo fracaso lo retiró con excusa real, enviaremos el programa,
dijeron, a talleres después de no pasar la ITV, como dijo el rey que no es rey
pero sigue colgado a la teta pública al salir del hospital en otro de sus
comentarios tan, tan campechanos, época en la que aún hacía gracia el Borbón. Cuando una cadena dice que
envía un producto al taller, quiere decir que se lo limpia sin piedad –lo ha
hecho esta semana con Top Dance-. He
dicho antes morrocotudo, y lo he dicho a conciencia. La palabra la usó la
semana pasada la señora de la casa, casa de muñecas donde habitan Ágatha Ruiz de la Prada-Pavipija, y don
Pedro José Ramírez, el de los
tirantes, el periodista irreductible, el tipo que hizo de los atentados del 11M
en Madrid un cuento miserable y llevó al periódico que dirigía a un abismo de
desprestigio sin fondo. Aquí mando yo, dijo la audiencia. Y la audiencia se fue
a ver La embajada en Antena 3. Toma
castaña, y castañazo de Mi casa es la
tuya, y eso que no tiene precio escuchar a la “diseñadora anti depresión”
decir que “lo más guay es ser duquesa de Alba”. Tampoco fue manca la escena de
disfrazar a Fabiola Martínez, señora
del cantante de rancheras, con los adefesios de la pavipija, que ella llama
“agathizar” a la peña. Pero la cumbre del primer programa se lo llevó la escena
de la sirvienta. En el comedor, con mesitas de parvulario, los invitados y
anfitriones son servidos por una sombra “agathizada” a la que la pavipija
obliga a llevar sus horrendas vestimentas. Por mucho que gane la asistenta, no
está pagada semejante humillación. ¿Se puede ser más hortera que enseñar a la
criada -¿se dice todavía criada?- sirviendo con guantes blancos la comida a los
señores, ellos con estricta corbata “porque Pedro J. jamás come sin corbata”?
La basca de Telecinco los mandó a por madalenas.
Pepe y el amateur
En su primer
asalto, La embajada pudo con Mi casa es la tuya. Por una noche Antena
3 pudo decir, aquí mando yo. Andréu
Buenafuente invitó a Belén Rueda,
protagonista de la serie, a Late Motiv,
y echaron unas risas con el triunfo de la ficción que cuenta las andanzas del
embajador español en Bangkok y su familia, en el punto de mira de la red de
corrupción que anida en la embajada. De repente, el invencible Bertín Osborne, acostumbrado a mandar
en el mando, se cayó del guindo y no alcanzó ni el 14%. Esta semana han tirado
de rancio para remontar –Fran Rivera,
y han dado en la diana, una entrega turbia, machista, aburrida, la de dos tipos
que flipan en la cocina, territorio hostil, terreno de hembras-, pero si la
cosa no sube como quieren, ya lo dejo escrito, echarán mano de Belén Esteban o de cualquier pelanas al
grito de un Paolo Vasile desencajado
que deja claro que sí, que ahí manda él. Igual que la fiscal que lleva el caso
de Rita Maestre, que solicita la
confirmación de la condena que se le impuso a la concejala de Ahora Madrid –por
protestar en 2011 con las tetas al aire por la existencia de espacios
religiosos en la universidad- argumentando que “las señoritas están en su
derecho de alardear de ser putas, libres, bolleras, o lo que quieran ser, pero
esa conducta ante el altar… implica un ánimo evidente de ofender”. Vaya con la
fiscal. Pero el que esta semana ha mostrado una cara de perro que ladra en
cuanto las críticas le alcanzan la papada –igual que el cínico Juan Luis Cebrián, que celebró el 40
aniversario de El País hablando de libertad de prensa, eso sí, hasta que un
cantamañanas como Ignacio Escolar le
relacione con petroleras y Panamá- fue Pepe
Rodríguez, que dejó claro que en Masterchef
es el amo, un aquí manda mi coño, que diría Rita Maestre ante un altar de
frutas y verduras. Se lo dejó cristalino –como se dice en El secreto de Puente Viejo- al concursante valenciano David, que murmuró que los comentarios
de Pepe eran humillantes y gratuitos, pero Pepe, sobrado, chuleta, dijo “no me
voy a justificar ante un amateur”. Como vemos, a un lado y otro de la pantalla
se libran guerritas para dejar claro quién manda en el mando –del concurso, de
la prensa, de las audiencias, de la política-.
La guinda
Ángel de Andrés
Se ha ido joven,
con 64 años. Las hagiografías ensalzan la carrera del actor Ángel de Andrés López, y en verdad se
lo merece porque tuvo algunos trabajos memorables o, al menos, destacables,
algunos de la mano de Pedro Almodóvar.
Pero no, no me trago el que justo se destaque su terrible Manolo –y Benito, que
hacía Carlos Iglesias- en ese
bochorno llamado Manos a la obra, que
emitió Antena 3 para tormento de inocentes.
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