Las
malas compañías
(Artículo publicado el domingo, 10 de diciembre, en diarios de EPI PRESS)
Me gusta, y
mucho, Cristina Pardo. Es la
castañuela del periodismo, lista como una pupa, divertida como un castillo de
fuegos de artificio, e irónica como una viñeta del mejor dibujante de la
actualidad. Su sitio está en La Sexta, un dedo para un anillo. No la veo en
otra cadena. La señora maneja tan bien los hilos del debate que hasta se hace
un Ferreras y consigue que olvidemos
al Ferreras del periodismo intenso y dramático, qué hombre. Donde el jefe pone
un silencio teatral apoyado por la música épica que sube y baja como la noria
de las ferias, ella pone su sonrisita de medio lado, como el tumbao que tienen
los guapos al caminar, las manos siempre en los bolsillos de su gabán pa que no
sepan en cuál de ellas lleva el puñal, el puñal de su guasa, la navaja del
sarcasmo, el anda y no me cuentes historias que te conozco, gañán, y vaya que
sí, que Cristina Pardo, por salir, sale indemne hasta compartiendo tertulia con
Eduardo Inda,
una de las malas, de las peores compañías que imaginarse pueda nadie. La semana
pasada la periodista navarra estrenó la segunda temporada de Malas compañías, incidiendo de nuevo en
la corrupción que asola este país, de manera estructural, dicen si hacemos caso
a la justicia cuando habla del PP, pero Cristina se fue a Cataluña esta vez, y
allí, oh dios mío, los rufianes parece que llevan pegado en la frente un
cartelito que pone tres por ciento, tres por ciento. Pero eso fue la semana
pasada. Las malas compañías no son cosa de fechas. Siempre las hubo, hay, y
habrá. Es lo que me pregunto cada vez que veo a Josie, ese esperpéntico señor que habla de rasé y tendencias,
sentado en Zapeando. ¿De verdad que
al programa de Frank Blanco le hace
falta este tipo de compañía? Hace unos días, no sé, quizá unas semanas, me
encontré al pájaro este con una arquitectura de plástico encajada en su cabeza
a modo de “lo más”, expresión al uso de estos mendas mendaces. Ojo con las
palabras, me digo, que las carga el diablo. Yo vivía sin saber qué es rasé, y sigo
sin saberlo, pero tengo las orejas abiertas por si me lo hayo. Yo vivía sin
saber lo que era una choni, y ahora, virgen santa, voy por la calle topándome
con ellas a un ritmo endiablado. Total, que me pregunto, hablando de malas
compañías, qué hace Nicolás Maduro,
sí, el demonio de Venezuela, viendo cada tarde Zapeando. No sólo eso. Está tan colgado del programa que está
dispuesto a sentarse una tarde como un Miki
Nadal o una Anna Simón
cualquiera. Dicho con su boquita de escorpión.
Íñigo
y Parada
Hace unos días
Telecinco, a través de su negociado de excrementos de primera calidad dio a
conocer los nombres de los colaboradores de Sálvame
que irán a la Puerta del Sol a lo de las uvas. Jamás me he tomado las uvas con
Telecinco, jamás, pero este año, y conforme el programa daba a conocer a sus
famosos de las uvas, menos. Ni de coña meto en mi casa la última noche del año
a estas señoras. Servidor, como Scarlett O`Hara, pero sin el puño vacío y
levantado después de escarbar la tierra seca, y como hizo Jorge Javier Vázquez en su día, juré ante dios que jamás me tomaría
las uvas con Telecinco, y así sigo, sin malas compañías esa noche en la tele. ¿Es
suficiente para la cadena anunciar esa bacanal de ordinariez? En Telecinco nada
es suficiente. Muerta, desechada por yerta La
noche en Paz que salía del magín de José
Luis Moreno, con la siniestra Paz
Padilla en Nochevieja, Mediaset ha encargado a la Fábrica de la tele un
especial, otro, ¡con los colaboradores de Sálvame!
Con todos. Son inagotables. De mí, a kilómetros los quiero. ¿Y ya se acaba
todo? Ni de coña. Las Campos, todas, de la mamá a la última mona, se han ido a
Nueva York a grabar sandeces para su programa. Hasta han disfrazado a Maritere de Audrey Hepburn. Oh, qué descojone, tú. Dicen que la Terelu se está comiendo todos los
perritos calientes de los puestos de la Quinta Avenida. Pues ni aún así las
quiero cerca. Eso sí, las entiendo. De algo hay que vivir. Entiendo menos a José María Íñigo, el clásico, al que le
supongo desahogo económico. ¿Qué hace este hombre sentándose en la misma mesa
que Javier Cárdenas en Hora punta? ¿Qué hace ennobleciendo con
su presencia un programa basura? Ver al gran Íñigo bajándose las bragas, halagando
al ególatra profesional que acaba de ver renovado hasta junio ese espacio impropio
de una tele pública -4 millones de euros a pagar entre los contribuyentes-,
causa estupor. No es buena compañía, señor Íñigo, sentarse con Cárdenas, no lo
es. Que lo haga José Manuel Parada, que lo hace, pero no
usted.
El
de la catana
Y a estas alturas
de página asoma su rostro duro, como marcado por los latigazos de la vida, Manuel Marlasca, que de hacer una
colaboración en Más vale tarde ha
pasado a tener programa propio también en La Sexta, Expediente Marlasca. Huy, qué miedo. Su material pone los pelos de
punta. En la última entrega habló de gente que, no hay duda, son malas
compañías. Contó Historias de malos. Y se centró en José Rabadán, el del crimen murciano de la catana, aquel
adolescente que mató a sus padres y a su hermana empezando el año 2000 en una
lluvia de tajos que acabaron con sus vidas. Los metió en la bañera, les cubrió
la cabeza con bolsas, y luego, es de suponer que con cuidado para no resbalarse
con la sangre que alfombraba el suelo de la casa, se largó como si tal cosa
hasta que lo localizaron en Alicante. Cuando en la entrevista que mantiene el
sicólogo forense Javier Urra con el
Rabadán actual, imágenes cedidas por la cadena DMAX, que emitió Yo fui un asesino, el crimen de la catana,
se le pregunta por qué hizo lo que hizo, contesta que abrió una puerta que no
tenía que haber abierto y que conducía a un lugar desconocido. Habla el hoy
maduro José Rabadán con la seguridad del que pasa página porque se siente
rehabilitado, insertado en la sociedad –es alguien cariñoso, dice Tania, su esposa-. Viendo Historias de
malos de Marlasca intuí que la peor compañía de Rabadán es el propio Rabadán. Ni
Cristina Pardo podría ironizar con este asunto.
La guinda
Pobres
Qué coño es eso
de pobreza energética por no tener para pagar la luz, o el gas, o lo que se
tenga, para calentar tu casa y calentarte. De pobreza energética, nada. Pobres,
son pobres. Los que no pueden calentarse, como los que tienen dificultades para
comer porque no les llega la guita, son pobres. Gonzo, en El intermedio,
habló con Almudena Ferri, que no puede pagar el gas para calentarse… por
pobre. Viva la Constitución.
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