Sagas y retoños
(Artículo publicado el domingo, 29 de mayo, en diarios de EPI PRESS)
A ver, ¿no les
da vergüenza cobrar sin trabajar? La pregunta la hizo Paco Landaluce, vendedor de pescado, la semana pasada en el estreno
de La familia pregunta, sección de La
Sexta noche de cara al 26J. Yo estoy en el plató, me hacen esa pregunta,
soy Albert Rivera, y rompo aguas
encharcando los mocasines de Iñaki López
y estropeándole la siguiente trola a Eduardo
Inda. Pero el tipo no parió. Se movió tenso, miró con sus ojillos de ratón
al plasma grande desde el que la familia vizcaína, sentada en el salón de casa,
esperaba la respuesta, y apretándose una mano con otra, en ese tic que lo lleva
a ajustarse los puños de la camisa mil veces por segundo, respondió que los
suyos y el PSOE lo habían intentado y que, aunque entendía su enfado, algo
habían hecho. Esta peña lleva ya mismo 6 meses tocándose la berenjena, pero ni
un mes falló su nómina, ni siquiera la de Rajoy,
al que ahora sacan mucho sin corbata, es decir, un tipo de la calle, un
currante, un perroflauta del IBEX 35 como buen monigote de esa familia que
nadie ha visto pero notamos su aliento en el cogote. Esta familia sabe lo que
hace, y a quién mantener en la cúspide, cuanto más necio, mejor. Querido Jean-Claude, le escribía hace unos días
nuestro presidente al presidente de la Comisión Europea recordándole que
después del 26J el Gobierno que salga, si sale él, que ya sabe que sí, será
fiable, de la familia, es decir, el mamporrero que sujetará con ardor la verga
que volverá a follarse a España con nuevos recortes. El pardillo, calla.
Olisqueando el vendaval provocado por el cabeza de familia, la naricilla de
muñeca articulada de Soraya Sáez de
Santamaría se enfrentó a los periodistas con aplomo de cínica experta capaz
de negar la evidencia asegurando que Rajoy no quiso decir lo que dijo sino que,
pandilla de gilipollas, lo que ha dicho es que está dispuesto a seguir
trabajando para “fortalecer el crecimiento” y “crear empleo, gracias”. Ningún
periodista se dio la vuelta y la dejó hablando sola como las locas defendiendo
al cabecilla del clan, útil hasta que va por libre. Lo alucinante es que una
mayoría de votantes no reprueba estas conductas de fulleros. Y los votará.
Que viene Las Campos
Ya sabemos que
la familia unida jamás será vencida. Es la idea que, seguro, movió a la
aventurera Samanta Villar cuando
decidió hacernos partícipes de su embarazo en ese impúdico 9 semanas con Samanta que emitió Cuatro hasta que, la semana
pasada, la señora parió doble. Fue conmovedor ver en el parto al maromo de la
paya con su gorrito puesto, sus miradas de ternura catódica, y a ella, que fue
puta, pobre, pornostart, minera, o bailarina de barra 21 días, en su papel estelar, el de madre, “el más difícil de mi
vida”, decía mientras hacía caja sin decoro. Los gemelos nacidos en la tele
seguro que tienen un futuro prometedor. Habrá que seguirles los pasos, y para
eso nadie mejor que sus papis, aliados de excepción para que no perdamos ripio
de sus logros y miserias, de sus triunfos y recaídas, tal vez en la droga, como
esquineros, o como cantantes de polígono. Tipo Paquirrín o Andreíta, la
de cómete el pollo, coño, ¿mentiendes? Si las sagas políticas ofenden, las de
la tele son una pesadilla. Ahí está la de las Campos, Maritere y Terelu, las
Martes y Trece del dolor, unas pupas que hacen caja con sus miserias. Creo que
Telecinco, con el avispado Paolo Vasile
a la cabeza, capaz de advertir la mierda como la naricilla de Soraya se
adelanta a las tormentas –la penúltima es la guerra contra los jueces, a los
que el PP acusa de ir en tromba contra el partido, que ha de pagar 1’2 millones
de fianza por pagar la obra de su sede con dinero de la caja b-, pues eso, que
Telecinco ha dado luz verde a La Fábrica de la Tele, productora de eminentes
gargajos como Sálvame o Cazamariposas, para grabar el piloto de Las Campos, un Alaska y Mario, pero más mari -¿más?-. Estoy nerviosito perdido, no
vivo desde que me enteré. Es lo que anhelo como espectador. No tengo bastante
con ver a la mamá y a la hija en el plató de ¡Qué tiempo tan feliz!, con ese derroche de naturalidad que
provocan, sino que necesito saber cuándo se levantan, qué desayunan, si eructan
o se tiran cuescos, si dicen palabrotas o Bigote
Arrocet está todo el rato contando chistes, que yo, con él, me pasa como
con otra cumbre del humor, Arévalo,
que me mondo, que me retuerzo, que me voy de vareta. Quiero saber si hay risas después
del amor, que tiene que ser un número ver a la Campos madre tirada en la
cheslón abierta de zancas mientas el bigardo se la trajina, eso, todo eso,
quiero verlo en el programa de Las Campos.
Televisivos y élite
Y luego que
hagan otros para otras sagas. La de los Matamoros
estaría genial. Sería imprescindible la de Belén
Esteban, y obligatoria la de Ana
Blanco. La señora Anne Igartiburu se
retira unos meses para parir. Pero no lo hará al estilo Samanta. No abrirá las
piernas ni resoplará ante una cámara, ni le cogerá a su hombre la mano mientras
la matrona le dice, así, empuja, empuja, así, lo estás haciendo muy bien, y
ella, sudorosa, consigue expulsar al hijo ante la audiencia. ¿Traerá
Igartiburillos para seguir otros 30 años con los líos de corazón, eso sí, ajenos,
que ella no se expone, salvo cuando va a Canal Sur y habla en “andalú” por su marido
granaíno? Lo que yo creo de las sagas es que cuanto más conocidas son, menos
importancia tienen. Los clanes televisivos son rancho popular, adormidera de
las masas, distracción. Mientras, la élite, las familias que parten el bacalao,
se ocultan, nada sabemos de ellas, no se prestan al juego de exponerse en sus
casas como una Preyler cualquiera
con su Mario Vargas Llosa ocasional.
Lo sabemos casi todo de la empresa Alaska & Mario, pero desconocemos casi
todo de los Pujol, Botín, Koplowitz, Aznar, Ortega. Mientras la prole de los
televisivos entretiene con vulgaridades y simplezas, y trabajan para ocupar su
puesto en los platós, los hijos de la élite se preparan, off shore de miradas
indiscretas, en colegios de alto rendimiento. Y piensan seguir ahí, en la
cúspide, pero en la sombra.
La guinda
Que renueve
Se despidió el
lunes con un capítulo memorable, Cambio de tiempo, El ministerio del Tiempo que ha emitido La 1 en su segunda
temporada. En el último capítulo, irónico como todos, atrevido, moderno y
peleón, Felipe II, tras la derrota de la Armada en las costas inglesas, decide
viajar al pasado para corregir los errores y hacer que sea, de verdad,
invencible. TVE no debería dudarlo. Que renueve por una tercera temporada.
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