La Bolsa
(Artículo publicado el sábado, 19 de noviembre, en periódicos de EPI PRESS)
No
entiendo nada, pero nada de nada de La Bolsa, que bastante tengo con la mía,
con la bolsa demediada de mi casa. Creo que la gran mayoría de ciudadanos no
entendemos de más Bolsa que de nuestras rácanas bolsas. Sin embargo, todos los
días, sin excepción, y en todos los informativos y en algunos magacines, vemos
que hay conexiones en directo para saber cómo está la Bolsa en ese preciso
instante. Si el Telediario habla de
la Bolsa es que la Bolsa es tan importante, o más, que nuestras bolsas. Dan la
información con tal ahínco que cuando esa Bolsa remota, marciana, ajena y nada
familiar se pone roja y se le va la pinza bajando como un bizcocho, he llegado
a notar temblores porque sé, sin saber cómo, que los dineros que dejan de ganar
algunos salen de mi magro bolsillo, no me pregunten por qué, o al final será mi
estúpida bolsa la que se resentirá. Otra vez.
Ahora
tengo motivos para estar alegre, alegre como un jugador en racha. Hay algunos
jugadores, o inversores, o los mercados, o como se llame a quienes forman esa
gran dama de la especulación sin alma, esa que hunde o levanta empresas,
gobiernos, países, esa que pone su dedo tieso como una condena sobre lo que le
sale de su ciega avaricia, que están de enhorabuena, muy buena. Benditos
atentados de París. No me insulten aún. Esperen. En medio de una bajada de la
Bolsa por el miedo global que los terroristas han causado, manchando de rojo la
mayoría de corporaciones bursátiles, hay empresas que están subiendo como sube
la desvergüenza. Así es. Son las dedicadas al armamento. Un gobernante dice
guerra, y enseguida se le pone dura a la industria armamentísca. Cada disparo,
cada bomba, cada muerte, suena a dinero cayendo en sus bolsas satisfechas.
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