De
Ramadán
(Artículo publicado el martes, 15 de julio, en diarios de EPI PRESS)
Dentro de una
semana también yo estaré en Marruecos, y también viviré los últimos días del
mes sagrado musulmán, el Ramadán, ese mes que las televisiones despachan cada
año de la misma manera, igual que lo han hecho este, es decir, se acercan a una
familia, casi siempre marroquí, que vive en España, y nos enseñan una mesa
repleta de alimentos que sólo se comen cuando en la tarde no se distingue un
hilo blanco de otro negro. Millones de personas viven este ayuno en todo el
mundo. Que Mohamed VI, como ya
hiciera con el rey Juan Carlos I,
reciba a Felipe VI en estas fechas
tan especiales, donde la vida en el país vecino da un vuelco y el día no parece
día y la noche no parece noche, contiene en el lenguaje diplomático un guiño,
un valor añadido, una deferencia que pocos jefes de Estado han recibido.
Hemos visto
imágenes de la cena de anoche en los jardines del palacio real de Rabat. Y como
esas cenas se prolongan, los reyes de España hicieron noche allí. Al ser un mes
de mucha relación familiar, de mucho esfuerzo por dominar los instintos más
básicos, sea comer o beber, la visita de la familia real española en Ramadán es
un privilegio. De ese Marruecos oficial sólo hemos visto unos minutos de
imágenes con comentarios que ya habíamos escuchado en la visita de hace unos
días a otro país vecino, a Portugal. Pero al margen de la diplomacia y de la
suntuosidad de la cena de agasajo, como si las familias reales se vieran por
estas fechas como tantos otros parientes, la mayoría de ciudadanos vive el
Ramadán de otra manera. Y aunque no sale en la tele es la que emociona.
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