Todo
suma
(Artículo publicado el sábado, 23 de noviembre, en diarios de Editorial Prensa Ibérica)
Hemos hablado de los contenidos, impecables, de Salvados. De la transformación del
conocido como Follonero, en sus comienzos de chistoso entre el público del
nocturno de Andréu Buenafuente, al Jordi Évole de hoy, un periodista que,
en un estilo muy distinto al de Ana
Pastor, por ejemplo, consigue que el invitado se relaje y cuente con
naturalidad asuntos que, tal vez, ni pensaba contar. Hemos hablado del escozor
que cada semana produce la emisión de Salvados
porque no decae ni un solo domingo el interés de su mirada, que parece la
nuestra como espectadores necesitados de explicaciones para, conociendo al
enemigo, tratar de no quemarte en su infierno. O mientras te vas quemando,
escupirle a la cara. Creo que hasta hemos hablado de la valentía que supone hoy
emitir un programa como este en una cadena, La Sexta, asaeteada de presiones.
Pero casi nunca hubo tiempo para destacar otros aspectos del
programa que hacen de él un programa eminente por su cuidada realización,
montaje, música, fotografía, edición. El arranque de cada Salvados podría ser el arranque de una película. Las localizaciones
son extraordinarias, los movimientos de cámara cuidadísimos, la planificación
esmerada y sutil. Grabar en exteriores se ha convertido en un sello de Salvados. Pero además ha conseguido
darle a esas conversaciones una vitalidad que el espectador vive como algo que
tiene que ver con el día a día, con la calle, un hilo que conecta el contenido
con la pantalla, sin la rígida distancia que, en este caso, supondría hablar en
un plató bien iluminado. Todo, hasta el más mínimo detalle, aunque sea al azar,
suma en Salvados.
Pantallazo del último Sálvados dedicado a los lobos de la economía |
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