Sin crucifijo
(Artículo publicado el martes, 5 de junio, en diarios del grupo EPI PRESS)
Han tenido que
pasar seis presidentes democráticos ante el jefe del estado para ver que en el
juego de las diferencias algo nuevo ocurría en la recoleta mesita, vestida con
telas acolchadas de un lujo señorial y sobre la que los nuevos presidentes
decían de manera solemne que acatarían la Constitución. Ya sé que es una
nimiedad, ¿lo es?, el hecho de que Pedro
Sánchez, flamante presidente del Gobierno, acatase la Carta Magna ante lo
que debe de acatarse, la Carta Magna. Tiene redaños que esa nimiedad, ¿lo es?
sea tan llamativa que pasará a la historia como la primera vez que ocurre.
Claro que hablo de los símbolos religiosos, ni crucifijo ni Biblia, de los que
por expreso deseo del nuevo gobernante, desaparecieron en su toma de posesión
en esa escena a la que estamos tan acostumbrados. Pedro Sánchez posó su mano
sobre la Constitución. Ni la Biblia ni el crucifijo pintan, nunca han pintado
nada, en ese momento de alto compromiso civil.
Ni siquiera
siendo creyentes los que toman posesión. La religión, la fe, la creencia, los
símbolos externos, y mucho menos la manita sobre el libro sagrado de los
católicos, ha de presidir un acto tan importante, tan solemne, y tan de vital
importancia que afecta a los ciudadanos, a todos los ciudadanos de un estado,
mil veces hay que recordar lo obvio, aconfesional. Me ha gustado el gesto, el
primer gesto. Y no, no es una nimiedad. Cuando vi la sala de audiencias con los
gerifaltes del estado marciales y atentos a la escena, y vi que en la pantalla,
en el juego de las diferencias, faltaba el crucifijo y faltaba la Biblia empezó
a caerme bien un Pedro Sánchez que, de golpe, dejó de ser un chichinabo para
ser alguien con criterio. Mañana le echaré los perros, pero hoy…
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