Dos
Torres y una cocina
(Artículo publicado el domingo, 22 de abril, en diarios del grupo EPI PRESS)
Podría haber
más, pero con ellos ya está el plató lleno. Podría haber más, pero con ellos se
llena la encimera y se amontonan las manos sobre la vitrocerámica. Podría
haber más, pero si con los dos la cocina parece un gallinero, con unos cuantos
más aquello sería la barbería del pueblo –de moda ahora estos “barber”
regentados por jóvenes de sienes rasuradas, crestas de arquitectura domada, y
luengas barbas-. Con los cocineros gemelos Sergio
y Javier Torres hay de sobra. Dos
Torres y una cocina es suficiente, dicho en un sentido que no es el que usaría
para decir, por ejemplo, que con dos reyes, el emérito y el otro, tenemos el
cupo demasiado cubierto. Tras la cortinilla del programa, zas, te da un
revolcón el saludo de los hermanos que si te descuidas te trepa. Qué energía.
Parecen dos toritos bravos en noche de sábado con los bolsillos llenos de
billetes dispuestos a comerse el donut de quien se ponga por delante, donut
figurado y donut real, cosa que a mí no sólo no me pasa sino que sólo de
pensarlo me dan arcadas. ¿Saben de qué hablo? Me refiero a lo del donut ese. Abro
un paréntesis. Al puerto de inmundicias bañadas con falsos brillos de
habilidades de barraca de feria a 50 céntimos la entrada que regenta Telecinco
con el nombre de Factor X llegó la otra noche una pareja con ansia loca
de fama, de la fama que entendemos hoy por fama –una señorita llamada Sofía Suescun, de una ordinariez
apabullante, es famosa por remojarse la cigala en las playas templadas de Superviventes, así que el mercado de la
fama está a la baja-, la pareja, digo, presentó en Factor X una copla asquerosa por varias razones. A), es música
reggaeaton, así que todo está dicho, y B), me gusta el esperpento, pero lo de Lapili y Jirafa Rey es el juego de dos primos, literal, que pretenden
provocar con armas de un infantilismo ridículo. Podría ser simpático, pero sólo
me resulta insufrible, vulgar y zafio. Así que, nenitos, que el donut
industrial os lo coma el jurado, sea la simpática Laura Pausini, sea el agrio Risto
Mejide, cocineros de esa fonda con menús requemados. Cierro paréntesis.
Maricón,
¿y qué?
Lo de los
gemelos Torres cocinando juntos es como tocar a cuatro manos una sonata de Mozart, pura diversión. No es lo que
cocinan, que también, es cómo nos lo cuentan. Si el maestro del espectáculo del
fogón televisivo Karlos Arguiñano
arranca cada día su recetario contando un chiste que la inquisición humorística
podría cortarle el gorro, y lo hace disfrazado de avispa o de salmón ahumado, o
de chicharra o de avestruz con dos meses de embarazo, los Torres arrancan el
suyo haciendo palmas, con una risa de oreja a oreja, y saludando al público. Al
público de casa y al público del plató. Son apenas cuatro o cinco invitados,
pero les sirven de estímulo. Al principio, si no sabes que les corre la misma
sangre por el circuito interno, te crees que ves doble. Esta semana están
haciendo guiños a la feria sevillana, y no, su madre los parió con el don de la
cocina, pero verlos haciendo requiebros de flamenco, palmeando, y diciendo ole
qué arte, es el mismo dolor que ver a Mariano
Rajoy bailando en la boda murciana. Estos Pili y Mili del fogón
tienen sus quítame de ahí ese ajo, sus no me partas así las patatas para la
ensaladilla, y sus momentos Letizia sin
corona con sus déjame terminar cuando uno interrumpe al otro. Son un primor.
Mientras hablan, dando así a Torres en la
cocina un valor añadido de cultura gastronómica, aparecen en la pantalla,
escritas, frases sobre los beneficios de la cocina al vapor o sobre los años
que lleva la patata en España. Quien no necesita frases para añadir valor a lo
que dice es Mercedes Milá, que
apareció en el último Salvados como
la periodista que uno siempre consideró. Dijo que hace un año podía haber
vuelto a TVE, pero que no lo hizo porque dijeron que era incontrolable, es
decir, peligrosa. En el somero recorrido por su carrera pasaron imágenes de sus
míticas entrevistas –en la televisión pública de hoy, controlada por los
servidores del PP, sería impensable la que mantuvo con Juan Guerra, envuelto en corrupciones de todo tipo y hermano del
vicepresidente socialista del Gobierno-, entre ellas la de Miguel Bosé, que acudió para demostrar que no estaba muerto como
víctima del sida, entrevista que aún resuena cuando el cantante dijo que había
“una obsesión por llamarme drogadicto y maricón, y si lo fuera, ¿qué?” Mercedes
Milá sabe de televisión como los Torres saben de salsas y pescados, incluso
sabe hacer televisión basura, la misma que la condujo al borde del precipicio de
una depresión que aún colea. Ella defiende Gran
Hermano, pero suena a la misma defensa que pueda hacer Arguiñano cuando
anuncia caldo de pollo en pastillas. Una mierda.
Vanos
artificios
Que los
cocineros, los recetarios, y los programas de cocina trufados de programas de
viaje se acumulan en la televisión pública es un hecho. Así que, como dice la
estricta gobernanta Ana Pastor al
cerrar su El objetivo dominical,
estos son los datos, suyas las conclusiones. Verán. A Torres en la cocina en La 1hay que sumar El señor de los bosques, El
chef del mar, Un país para comérselo,
Las recetas de Jamie Oliver, o Las rutas Capone –ambos programas los
domingos en La 2-, del italiano Roberto
Capone. Es otro cocinero divertido, dicharachero, un italiano enamorado de
España, de nuestra forma de entender la vida y, por tanto, de nuestra
gastronomía. Es un vivales que viaja por el país –el último día visitó Ronda- con
su elegante descapotable husmeando recetas del norte y del sur, de aquí y de
allí, que luego elabora coronando, como debe de ser, al dios aceite de oliva
virgen extra –qué penita que Enrique
Sánchez, cocinero de Canal Sur, y justo en Andalucía, prime las
mantequillas y natas sobre el aceite de oliva-. Y cómo no, desde ya, en unas
horas, llega Masterchef, castillo de
artificio gastronómico que es a la cocina -de los Torres- lo que el donut de
los primos esos a la música.
La guinda
Gordas
en lucha
Sigue Amigas y conocidas con su particular
elección de asuntos a debatir que apenas rozan asuntos políticos que escuezan
al PP. El otro día Inés Ballester, a
raíz de la final de Maestros de la
costura, propuso hablar del asunto. La díscola y divertida Cristina Almeida, aprovechando la
ocasión, soltó un “Amancio –Ortega,
el de Zara-, escucha, las gordas estamos en lucha”. Pues hala, a luchar por
vestidos para mujeres reales.
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