Sin bragas
(Artículo publicado el martes, 15 de agosto, en diarios de EPI PRESS)
Ustedes dirán, y
con razón, que para no ver jamás Sálvame,
para no reírme con sus chuminadas, y para estar al margen de ese submundo,
hablo mucho, quizá demasiado, del programa de la fábrica de mentecatos al por
mayor. En mi defensa, algunas, varias razones. Esta columna pide carne a
diario. La tele es la que es. En verano, ya saben, hay asuntos sin relevancia
que de golpe suben al cielo de lo destacado. Y, quizá por último, no dejo
escapar la ocasión de poner a caldo a Paz
Padilla, esa pesadilla. Nada de lo que haga o diga me hace gracia. Todo lo
que hace y dice me produce unas vomiteras de la leche. Supimos hace unos meses
que la pájara, en su abstrusa mala educación, se tiró al calzón de un tal Marco Ferri, producto de Telecinco,
cascajo salido de los desmoches de Gran
hermano, y le rompió el vaquero tratando de tocarle el calabacín de su
jardín.
Creo que fue
así, o parecido. Fantástico. La escena del acoso dio las vueltas deseadas. Si
hubiera sido al revés, tío acosa a tía, el asunto no sería “simpático” sino
denunciable. Lo último de esta lerda tuvo lugar la semana pasada, y también
generó el efecto deseado, que algunos cretinos estemos hablando de lo que no es
más que un momento de muy mal gusto, grotesco, y de una zafiedad que sólo se
aguanta en Telecinco. La señora, jiji, jaja, encerrada en una jaula como se
encierra a las bestias –marca Mediaset, todo chusco en nombre de un humor
arenoso y garrulo- fue metida ahí para que no atacara de nuevo al invitado, que
volvió a la cuadra. La señora Padilla, en un momento de arrebato teatral y ante
los barrotes que la separaban de su pieza, se quitó las bragas y se las dio.
Uff, qué mal rollo, tía. ¿Estaban sudaditas? Qué asco, tronca. Sigo sin ser
cómplice de la chusma.
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