La última nave
(Artículo publicado el martes, 2 de mayo, en diarios de EPI PRESS)
Música
evocadora, moderna, clásica, vanguardista, eterna. Religiosa y atea, heterodoxa
y ortodoxa, intelectual y emotiva, galáctica y nacida para el éxtasis místico y
terrenal. Y todo al mismo tiempo, bañado por cegadoras, lujuriosas luces y
efectos al servicio de una exhibición casi operística, sin duda fascinante. La
vi, y ojalá que usted también, la noche del sábado en La 2. Era The connection
concert, fascinante espectáculo de Jean-Michael
Jarre -¡¡68 años!!- con el que se inauguró el Año Jubilar Lebaniego en el
monasterio de Santo Toribio de Liébana, Cantabria. Jarre es, desde hace miles
de años, el dios de la música electrónica. A mí me conquistó desde el minuto
uno en que escuché su música, hace también milenios. Jean-Michael Jarre suena
igual y distinto, como un gran mago de los sintetizadores y los trucos
precocinados.
Durante el
concierto, de cuidada realización, con abundancia de planos generales para ver
a pantalla completa la exuberancia de las luces y de las proyecciones de
caprichosas formas abstractas, pero mezclando a veces planos detalle que el
realizador elegía para focalizar este u otro sonido, tuve la sensación de estar
dentro de un reloj de mecanismo afinadísimo. El músico compuso el espectáculo con
una selección enlazada de su obra. Ethnnicolor, Automatic, Oxigene 2, Zero
Gravity, Souvenir of China –maravillosa, arrebatadora, litúrgica, año 81,
primer músico occidental que dio un macro concierto en el gigante comunista-. Al
escuchar Magnetic fields, sintonía de La
última nave -1990/96- programa que presenté en Onda Regional de Murcia,
casi lloro, pero esa es otra historia.
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