Hasta el gorro
(Artículo publicado el martes, 18 de abril, en diarios de EPI PRESS)
Hasta el gorro
de programas con aspirantes a cocineros, como hasta las amígdalas de los
programas de aspirantes a cantantes, sean críos, jóvenes, o provectos señores y
señoras que a la vejez, viruelas. El tribunal de la Inquisición de Masterchef ya se ha instalado, otra vez,
en La 1, y sin apenas dar tiempo a ventilar las cocinas. Veo a sus miembros la
noche del domingo sentados en taburetes para decidir a quiénes se les corta la
cabeza y a quiénes se les echa al pescuezo el delantal que les abre las puertas
de un futuro que todos desean repleto de estrellas, pero Michelín. En paralelo,
a la misma hora, cambio de canal, me voy a Cuatro, y me estampo con la cresta
de David Muñoz, que se mueve como
una soprano, diva y zafia, entre los cocinillas de su restaurante en Londres.
En la segunda edición de El Xef –es
así, con equis, no hay que darle más vueltas- el joven cocinero ha empezado a
hacerme gracia.
Si lo
descontextualizo, igual que ellos deconstruyen el potaje de lentejas o la
tortilla de chipirones, me mondo. Porque cuando el tal David, seguido por la
cámara, dice a grito pelado, “vamos, ya, la puta gamba, ya”, no veo a un
cocinero sino a una folclórica muy honda metida en su papel dramático, siempre
con su puntito de histriónica ordinariez. Él es un genio, “ostia, y estoy loco,
esto es una puta locura, joder”. ¿Ven? Él quiere hacer cosas “que no se vean en
ningún sitio del mundo para que sólo se parezcan a mí”. Vale. Suficiente.
Vuelvo a Masterchef, donde ya están elegidos los 16 del patíbulo. El guapo, la
vegana, el mongol, y Edurne, la
abuela. Haciendo un plato fallido me da la palabra justa, “la hemos cagao”. Y
otra cosa, Jordi tiene la borraja más larga que Pepe.
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