Huevos de oro
(Artículo publicado el martes, 30 de junio, en diarios de EPI PRESS)
Literal. Nazario Conchuza, un salvadoreño de 17
años que vive en Los Ángeles, llevó a la práctica la tradición maya de dorarse
con pinturas algunas partes del cuerpo, una especie de ofrenda viva para
venerar y agradar a los dioses. El capullo éste seguro que jamás oyó hablar de
los mayas, ni de más dioses que sus santos cojones, y lo único que quería era
ganarse a pulso el apodo que se había puesto a sí mismo, Pelotas de oro. Este
descerebrado formaba parte de la mara Salvatrucha, un grupo organizado de
extorsión cuya estética se caracteriza por tatuarse hasta el cielo de la boca
–literal-. Nazario quiso de verdad tener los huevos de oro, y se los bañó con
ese metal. El imbécil no pensó que sería imposible soportar la leche ardiente y
dorada cuando llegara a sus bolas de cretino. La espichó. ¿Es legítimo
alegrarse por saber que el mundo tiene a un hijo puta menos?
La otra mañana,
las reinas de la mañana, Susana y Ana Rosa, al mismo tiempo, en una
fabulosa sincronía, como si se tratara de un ballet bien coreografiado, podía
uno saltar de una cadena a la otra sin perder ripio. Las dos contaban la misma
historia. La historia de un disparo, el disparo entre clanes de un barrio de
Almería, El Puche, uno de los más duritos para vivir. Una niña de 9 años, que
veía la tele tumbada en su sofá a las 3 de la tarde, resultó herida porque la
bala entró por la ventana y atravesó la espuma del sofá. Desde el plató alaban
el trabajo de la reportera de Espejo
público porque está en la casa
atacada y con delectación enseña la entrada y salida del proyectil
metiendo el dedo en el orificio dejado por el disparo. La calle se llama, para
redondear estas realidades que parecen ficciones, Virginia Woolf. ¿Quién coño
es Virginia Woolf, y los mayas?
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