La maquinilla
(Artículo publicado el sábado, 9 de julio, en diarios de EPI PRESS)
Si sigue La embajada –lunes, Antena 3, último
capítulo- se habrá dado cuenta, es decir, habrá sufrido cortes para la
publicidad en los que nos dicen, escrito en la pantalla, que “volvemos en 30
segundos”, “en 1 minuto” o en 7 minutos”. Vale. Te organizas y puedes volver
luego y seguir el hilo. Pero hay otros en los que, de golpe, se corta el
capítulo, se desvanece la mosca que identifica a la cadena, y se da paso a un
bloque de publicidad tan largo que da tiempo a sestear. No exagero. Hay siestas
más cortas que esos cortes. Suspendida la trama de corrupción pestosa, mafiosa,
familiar, que capitanea el personaje de un extraordinario Raúl Arévalo, un tipo peligroso que ha hecho de su puesto de
trabajo en la embajada de España en Bangkok su oficina de recaudación -¿no suena todo
eso a una lacerante realidad premiada con los votos de los ciudadanos?- , digo
que suspendido el capítulo para la publicidad, hay que fijarse en el último
anuncio del bloque.
Es la misma
técnica que veíamos en El príncipe. Es
decir, personajes de la trama en este caso femeninos parecen prolongar la
ficción hasta que a la voz de “corten” fingen convertirse en personas de la
calle, que menstrúan o tienen tanto vello en las piernas que les impiden salir
a tomar algo “porque no me he depilado”. Bah, dice sonriente Melanie Olivares a la amiga, eso se
soluciona en cinco minutos con la maquinilla. Pero si te depilas con eso te
crece más el pelo, contesta sensata la otra. Cosa de viejas, no hagas caso. Cuando
veo este anuncio me encanta ser vieja. La cuchilla de “la maquinilla” afeita,
hermosas, no depila. No es lo mismo. No te creas todo lo que ves en la tele.
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